domingo, 29 de enero de 2017

LA EDAD PARA SER IMPUTABLE







(El contexto - Nota I)

Por José Antonio Riesco
Instituto de Teoría del Estado

“La idea de no procesar penalmente a un delincuente de 14/15 años, y dejarlo libre luego de algunos ensayos de reeducación en un instituto del rubro, no resuelve su alta peligrosidad y la muy posible reincidencia. Ni satisface el costo en vida y salud de sus víctimas, aunque sí a los ideólogos de la impunidad”. (R. Schneider)
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La discusión sobre a qué edad un menor debe ser imputable por la comisión de un delito, viene activando una suerte de ideología de la impunidad. Tiene su fuente principal en criterios que no priorizan la seguridad de las personas honestas (su vida, salud y bienes) sino en elementos que se adhieren al tema desde ópticas que lo miran “desde afuera”. Sin compromiso con lo esencial. ¿Cuál y cómo es el contexto..?

-“La pobreza puede ser una condición de mayor o menor efectividad para generar delincuentes, pero no una causa; de otro modo en la Argentina habría millones de individuos lanzados a producir robos y asesinatos”.

Una tribuna, la dicha, que facilita la serie de caprichos y prejuicios con que se desprecia la situación de las víctimas como si se tratara de meras cucarachas y se privilegia la posición jurídica de los criminales. A veces, salvo expresiones notoriamente privadas o simplemente individuales, parece haberse extendido una especie de conciencia difusa a favor de reacciones histéricas ante un crimen repugnante y seguidamente pasar a la mera contemplación. Acaso por aquello de que lo malo y repudiable, por repetido, lleva al acostumbramiento y de ahí a la indiferencia.

Disponemos, así, de un catálogo de modalidades aberrantes como el bullying en la escuela primaria, las patotas en la secundaria, las barras bravas en las canchas, los motochorros que matan por impulso, y la sucesión de femicidios. Ante cuya acumulación de mugre revolotean los príncipes del “garantismo”, obra maestra de los “sacapresos” apoyada por las incursiones, a veces sensatas y a veces delirantes, de algunos sociólogos y psico-patólogos. Suele concurrir un jus-filósofo, o un Juez de la Corte Suprema

Somos una sociedad anómica en alta medida. Más que la ley de gravedad entre nosotros la “ley del vivo” tiene mayor vigencia; un fenómeno que se da abajo, al medio y arriba de la pirámide social”. (ver el estudio Cultura Insitucional de Hernández, Zovatto y Fidanza; diario La Voz, 8.1.2017)

Máxime si, ocurrido el hecho y detenido el autor, para licuar el impacto la noticia compite pronto en desventaja con los chismes de la farándula, o las declaraciones públicas, siempre ilustres y solemnes, de Maradona. Sin dudas por la competición de novedades  resonantes en la prensa –sobre todo en la televisión-- y el generoso espacio que le conceden los editores. Sin desperdiciar la originalidad de las Naciones Unidas cuyo capítulo sobre los menores llama “niño” a un grandulón que llegó a los 18 años.

No es una novedad absoluta, en la historia de la delincuencia, que en el pasado haya habido delitos graves cometidos por adolescentes. Pero en la actualidad ya no se trata de excepciones. Tal como transcurre la vida social en este punto del siglo XXI, y desde hace largo rato, una multitud de adolescentes dejaron atrás la etapa de la dependencia familiar y de respeto religioso a la autoridad de los padres y maestros. A veces, por que éstos, para sacárselos de encima, le dan piedra libre al libertinaje. Hoy, con sus excepciones, un joven de 14/15 años supera en madurez a uno de antes con 20.

Tampoco “los chicos” le tienen miedo a los jueces y fiscales, ni a la policía. Hoy son dueños de la calle, de la noche y del consumo de bebidas alcohólicas, en “la previa” o en otras oportunidades. Una creciente porción de ellos consumen drogas que se compran en cualquier boliche, quiosco o baile “electrónico”. Algo muy grave, según ya dijimos, está en la predisposición tolerante de los adultos, en un porcentaje importante y lamentable. Sobre todo aquellos que ocupan posiciones dirigentes: legisladores, editorialistas, académicos, funcionarios del área de seguridad, inclusive, y que suelen tener  al tema por “cosa de la época” o de resignación .

En el mundo actual, hoy casi a diario, nos convoca el miedo o el estupor frente  a las incursiones terroristas en Europa, o tiroteos con que se ejecuta a inocentes por obra de psicópatas descontrolados en USA. A nuestro modo, los argentinos figuramos con el propio ranking, desmintiendo que seamos “derechos y humanos”. Nuestro escenario es rico en la casuística de las transgresiones y seguidamente de la impunidad.

Con lo cual, bajo el influjo de dicho clima socio-cultural, el autocontrol de lo que se llama el sujeto “criminogénico” (delincuente potencial) en cuanto a sus limitaciones morales y legales, es común que tenga un bajo nivel. Si implica un freno para el comportamiento transgresor, la distancia puede compensarla, en sentido negativo, un amigo de personalidad más fuerte o experimentada en conductas irregulares. Es el caso, harto común, del mal ejemplo o las malas compañías. Bien se ha dicho que “el delito supone aprendizaje”(Redondo-Pueyo) y de paso algún maestro.

Con esto decimos, en primer lugar que la cuestión seguirá pendiente y agravándose, mientras no cambie la contemplación de la tragedia por parte de la sociedad y, a la vez, si eso se da, que ella se movilice para imponer a la dirigencia política y social una innovación sustantiva en la percepción y solución del asunto. Antes de votar por un político sería importante que declare si es o no amigo de esa corrupción del derecho procesal que llaman “garantismo”.

La cuestión, para no errar, consiste pues en decidir: -- Qué o quién tiene prioridad: a) los valores que miran a la vida y la dignidad de los ciudadanos honestos (mujeres, hombres, jóvenes y niños)…? b) O, si esto es relativo y prescindente en beneficio de las teorías y prejuicios que privilegian los derechos del criminal y las oportunidades jurídicas o políticas para su impunidad. Tal y no otro es el punto de partida, y desde este axioma podemos ocuparnos de los otros aspectos. Y se equivoca el que diga que el problema no admite ser blanco o negro. En todo caso que se ofrezca para víctima.  “Basta de meneallo” diría don Quijote.-
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