sábado, 19 de marzo de 2016

CORAZÓN DÓCIL

Para la política


Manuel MORALES, agustino
catolicos-on-line, 19-3-16

Con la tremenda crisis humanitaria de nuestros refugiados al fondo (¡para mayor contraste!), asistíamos días atrás al “espectáculo” de nuestro Parlamento, mamporros verbales incluidos, y en abundancia. A mí me vinieron a la mente las primeras palabras con que el entonces papa Ratzinger, en el parlamento alemán, se dirigía hace unos años a sus políticos connacionales:

“Permítanme que comience mis reflexiones con un breve relato tomado de la Sagrada Escritura. En el primer libro de los Reyes se dice que Dios concedió al joven rey Salomón, con ocasión de su entronización, formular una petición que él enunció así: “Concede a tu siervo un corazón dócil, para que sepa juzgar a tu pueblo y distinguir entre el bien y mal”. Con este relato, añade Ratzinger, la Biblia quiere indicarnos lo que, en definitiva, debe ser importante para un político: un corazón dócil”.

¡Sorprende que este sabio Ratzinger -una inteligencia tan genialmente dotada- haya apelado tanto al corazón! Para seguir, luego, apelando a la razón, a la naturaleza y a la conciencia. La conciencia, que es, sencilla y llanamente, el “corazón dócil” de Salomón, la razón abierta al lenguaje de eso que está ahí creado: una naturaleza que debemos respetar y no podemos manipular a nuestro antojo. Somos espíritu y voluntad, sí, pero también naturaleza. La voluntad del gobernante es justa y lúcida solo cuando se respeta esa naturaleza, cuando se la escucha y se la acepta como lo que es. Pero, claro, hay que admitir, que no nos hemos creado a nosotros mismos.

“Con las cosas de comer no se juega”, decimos en buen castellano. Pues ¡con las cosas de Dios -digo yo- tampoco! No somos “edificios de cemento armado sin ventanas, donde logramos el clima y la luz por nosotros mimos, negándonos a recibir ambas cosas del gran mundo de Dios”. No se trata de confundir religión y política. “Contrariamente a otras grandes religiones, el cristianismo no impone al Estado y a la sociedad un derecho revelado, un ordenamiento jurídico derivado de una revelación”. Lo que hacemos es simplemente apelar a la razón objetiva que se manifiesta en la naturaleza. Y afirmamos sin complejos que “necesitamos abrir las ventanas, para ver la inmensidad del mundo, el cielo y la tierra, y aprender a usar todo esto de modo justo”. ¿Defender la natalidad, por ejemplo, y ayudar a las madres a ser madres, puede ser considerado frívolamente una propuesta “conservadora!”? ¿Habrá algo más renovador que la vida y la fecundidad? ¿O preferiremos “conservarnos” como un pueblo de viejos? Es solo un ejemplo.

La gran carismática de nuestro tiempo, Chiara Lubich, fundó, entre otras realidades, el Movimiento Político de la Unidad, MPdU (no un partido, sino un alma para todos los partidos; “personas que creen en los valores profundos y eternos del hombre”. ¡Corazones dóciles!). Y, sin dejar de señalar “la grande, la tremenda responsabilidad que tienen ante Dios y ante los hombres los que gobiernan”, nos advirtió que los ciudadanos “no somos el objeto sino el sujeto verdadero de la comunidad política”. ¡Menuda tarea!