jueves, 15 de octubre de 2015

EN LAS VÍSPERAS, TODO SIGUE IGUAL

Por José Antonio Riesco

A pocos metros de la llegada de la tropa de competidores, de uno y otro frente, casi todo exhibe las virtudes y vicios de los viejos tiempos. Un electorado partido en cuatro o cinco parcialidades, se muestra perplejo, y sobre todo indiferente, a lo que ocurra en los comicios que se avecinan.

Lo domina la convicción de que “nada cambiará, todo está como era entonces”, sólo quien tiene hoy el poder del Estado, habiendo hecho uso y abuso de los recursos públicos, violando la Constitución, espera que la mayoría ratifique  al “modelo”. Ergo, no se le puede pedir entusiasmos a un pueblo al que tantas frustraciones lo han vaciado de fe en las instituciones republicanas.

Después que lo echaron a Perón –y no por santo-- el escenario político dejó de contar con aquéllos “hombres síntesis” que, uno mejor que otro, habían construido una nacionalidad orgullosa de sí misma. Incluso luego de 1955, con un país peligrosamente dividido, la opción que quiso establecer Arturo Frondizi fue demolida. Lo hizo una alianza de sectores partidarios que mostraron, luego de Perón, que no habían aprendido nada ni entendido nada.  

Codovilla, el “capo” del PC moscovita los convenció que habían derrotado al “fascismo” y del brazo con el embajador Spuille Braden (USA) sacralizaron a la Unión Democrática con la candidatura de J. P. Tamboríni, el fundador en 1925 del Antipersonalismo que ayudó a voltearlo a Yrigoyen.  Y los militares, sin un gran líder al frente (Roca, Justo, etc) se plegaron al golpismo comiteril, acaso sin idea de lo que pasaba y menos de lo que podría pasar. Por eso el líder del programa de “integración y desarrollo” fue a parar al calabozo.

Aquel deterioro de la calidad política sigue vigente y acaso aumentado. Por eso, desde el exterior, no se nos mira con el respeto y la admiración de otros tiempos; ni la clase política, en salvo las excepciones, conlleva la carga de pudor cívico que demanda la democracia republicana. Lo que resulte de los comicios será, formalmente, una democracia dolosa, o sea  sin el contenido de virtudes que exige una república. Es que, en la Argentina, y esto va para largo, los partidos políticos sufren una crisis de organicidad y por eso dejaron de ser herramientas idóneas de la representación. De ahí que el voto ciudadano sola y únicamente se reduce a convalidar las listas que imponen las minorías dominantes en cada agrupación. En ellas cabe de todo : amigos, socios, familiares, cortesanas  y alcahuetes.

Uno de los déficits más dañinos de nuestra política es la incapacidad psicológica y moral para establecer acuerdos sensatos y constructivos, un vicio que cultivamos en lo interno y que a cada rato remitimos a las relaciones internacionales. Por eso somos un país desarticulado, por un lado, y aislado por el otro. Así nos va. Nunca nos falta un prejuicio doméstico o una estupidez ideológica que justifique negarle a la nación su derecho a militar entre los grandes. En muchos aspectos –y sin que nos falten oportunidades y medios--  tenemos vocación de tranco corto.

El acuerdo –como el conflicto-- es uno de los términos de la dialéctica política. El Sacro Imperio Germano-Romano nació de un acuerdo entre el Papa y Otón1º de Alemania; el entendimiento pragmático de Luis XIII y el Cardenal Richelieu, a quien aquél quería poco, hizo de Francia una gran potencia en Europa;  el acuerdo entre liberales (whigs) y conservadores (tories) cerrró el ciclo del absolutismo inglés, consagró la independencia de los jueces y que emergiera el parlamento como un creciente co-poder. En 1814 la tozudez y soberbia de Napoleón destruyó la buena paz negociada por Tayllerand e hizo perder a Francia sus logros territoriales. En 1821 América Latina renegó de la oportunidad de ser un bloque de naciones por el vanidoso rechazo de Bolívar a un acuerdo con San Martín. En la Argentina de 1851 el Pacto de San Nicolás adelantó lo fundamental para que el país se diera una Constitución dos años después.

Vale recordar un caso legendario pero aleccionador para lo que nos está pasando hoy a los argentinos : el voto de Alexander Hamilton. Era uno de los principales líderes de “los federalistas”, con una probada formación jurídica y especialmente dotado para el plan financiero (impuestos y recursos) que requerían los Estados Unidos en su primer tramo.  Y no tenía ninguna simpatía por el “republicano” Thomas Jefferson, candidato a la presidencia en 1800.

Hamilton, una y otra vez, había atacado por medio de discursos y panfletos las ideas y los actos del postulante republicano. Cuando llegó la convención resultó un empate entre Jefferson y Aaron Burr, con el cual había un serio compromiso de los federalistas. Hamilton, convencido de que Burr no tenía méritos para el cargo, decidió –pese a su enemistad---  dar su apoyo al primero que así logró la presidencia, con gran disgusto de los amigos de Burr.  Por ese y otros motivos Burr lo mató en un duelo en 1804.-
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