martes, 20 de octubre de 2015

LA COPARTICIPACIÓN DEBE ESTAR EN LA AGENDA


La reformulación del sistema de reparto de la recaudación lleva 20 años de atraso. Cada vez más las provincias dependen de decisiones arbitrarias. El esquema mató el federalismo.

Por Gabriela Origlia
Alfil, 20-10-15

Son muchos los temas económicos que el próximo Presidente deberá incluir en su plan de trabajo. Desde la recuperación de la competitividad a desarmar el paquete de subsidios que insumen alrededor del cinco por ciento del PBI con –a esta altura- escaso impacto positivo sobre la actividad. Hay otro que, aunque aparece menos mencionado, es clave: el reparto de fondos con las provincias.
El sistema de coparticipación debió ser reformado hace 20 años según mandato constitucional pero sigue igual. Mejor dicho, peor. Se fueron amontonando parches y aplicando cada vez más criterios arbitrarios que lo único que hacen es generar mayor dependencia política y corroer el espíritu federal de la Constitución.

Además, el resultado de tanta improvisación es más presión impositiva. Desfinanciadas las provincias y los municipios echan mano a la creación de nuevos impuestos y tasas. Buscan conseguir por las suyas los recursos que no reciben en la medida que debieran. Más allá de si hoy las transferencias son más altas a las de hace una década, el punto es que no son lo que establece la ley.
Un funcionario que intervino activamente en el diseño de los pactos fiscales de inicios de los 2000 y que en la actualidad ocupa un lugar clave en el gabinete económico, suele calificar al esquema de coparticipación como un “plato de tallarines” en referencia al enredo que lo caracteriza y a que si se toca un tema aparecen otros diez colgados.

Esa característica determinó que Córdoba –entre otras provincias- fueran a la Corte Suprema a plantear aspectos como incumplimiento en el financiamiento de la Caja de Jubilaciones o la necesidad de que deje de descontarse el 15% para Anses puesto que las AFJP fueron estatizadas y esa retracción perdió la razón de ser.

El año pasado, según datos del Ieral, el Sistema de Seguridad Social habría recibido aproximadamente $165 mil millones de recursos tributarios, de los cuales cerca de $97 mil millones corresponden a recursos resignados por el conjunto de las provincias y la Ciudad de Buenos Aires, ya que de no existir el esquema actual hubiesen fluido hacia ellas como resultado del régimen de coparticipación federal de impuestos que responde a la Ley 23.548 (el resto de los recursos fue resignado por el Tesoro Nacional y el fondo ATN).

Las grandes perdedoras de toda la situación son las provincias grandes ya que, en general, también son las menos beneficiadas por los criterios arbitrarios de reparto de la Nación. En todo el mundo hay criterios objetivos que rigen el reparto de fondos; no es el caso argentino donde la distribución se hace en base a coeficientes del ‘88 que deben ser corregidos porque no responden a parámetros claros.

La Nación concentra cada vez más recursos y la forma en que los reparte desnaturaliza el federalismo. Las relaciones entre Gobierno central y provincias terminaron desnaturalizándose en detrimento del interior y a favor de una gestión cada vez más centralizada.
La pérdida en participación de provincias en el reparto del total de ingresos tributarios nacionales resulta menor si se incluyen las transferencias discrecionales a provincias en el cómputo. Dicha participación pasó del 37% en 2001 al 31,7% en 2014.

Las dos décadas de demora en el debate y reformulación de la Ley de Coparticipación deberían terminarse a la brevedad. Es momento de establecer parámetros objetivos para el reparto de recursos. Los laberintos que existen hoy sólo aumentan el centralismo. En estos veinte años de demora las “innovaciones” en materia impositiva se acumulan y sorprenden a los más encumbrados tributaristas.

Entre ellas se enlista el Fondo Sojero, una fórmula a la que se recurrió para domar el enojo de los gobernadores cuando la suba de las retenciones a la soja. Una parte va a las provincias con asignación específica a obras de infraestructura. Nadie sabe a ciencia cierta a dónde van esos dineros; seguramente las urgencias presupuestarias alteraron en muchos casos el objetivo original.