sábado, 20 de diciembre de 2014

UNA DEMOCRACIA PARA LA GILADA


Por Eduardo Fidanza

La Nación, 20-12-14

Entre tantas historias, verificables e inverificables, que se escuchan sobre los Kirchner en Río Gallegos, circula una anécdota paradigmática. Según el relato, "Lupo" -que así lo llamaban en su pago al ex presidente- habría dicho una vez en privado, furioso: "¡La democracia es para la gilad a, acá se hace lo que yo digo y se acabó!". Acaso no corresponda escandalizarse, sino reflexionar. Si se viera en esta declaración sólo el talante autoritario de un líder político, tal vez se perdería su significado más profundo: se trata de la convicción realista de un hombre experimentado acerca de cómo se maneja y administra verdaderamente el poder, aun en democracia. En rigor, lo que Néstor expresó en lenguaje llano, probablemente ante un límite a su mando, no es un capricho extravagante, sino un diagnóstico, avalado por los hechos y una larga tradición política, que se remonta a Maquiavelo.

"Gil" es una expresión rioplatense que significa ingenuo, sencillo, incauto. Una gilada es un conjunto de giles, y en la anécdota referida, los giles son los ciudadanos. El gil es cándido porque desconoce cómo se manejan realmente los asuntos y, además, está dispuesto, y es propenso, a creer en lo que le digan sin verificarlo. Por eso es la víctima de las estafas. En la vieja jerga porteña, al gil se le vendían buzones o espejitos de colores, se le daba gato por liebre, se lo engañaba. Hoy es el nabo al que lo duermen. Acorde con ese juego de lenguaje, la frase atribuida a Kirchner redefine al pueblo de la democracia, considerándolo un conjunto de incautos que se creen soberanos, sin percatarse de que, en realidad, son una multitud manipulada por un sistema de poder que toma decisiones arbitrarias a sus espaldas.

Cada vez que sale a la luz, como en esta semana, la trama de los servicios de inteligencia, sus oscuras relaciones con el poder político y la corrupción, el modo de vida de los espías, sus sagas, disputas, secretos y ambiciones, cabe preguntar si la democracia no es la punta del iceberg, visible y correcta, de una enorme maquinaria de poder que queda velada para la mayoría. Los medios recurren a expresiones como "un Estado dentro del Estado" para describir poderes ocultos e incontrolables que operan en las sombras, desmintiendo con sus procedimientos la transparencia informativa y el control de los actos de gobierno que la democracia reivindica para sí.

La ciencia política corrobora la cara oculta del sistema -inasible para los ingenuos-, convalidando el diagnóstico orillero del ex presidente. En rigor, la política, como reconoce Sartori, tiene una larga tradición vinculada a la idea de verticalidad y con ella construyó gran parte de su vocabulario. En cambio, la noción de horizontalidad, propia de la democracia, es contemporánea y plantea problemas que van más allá de la teoría de la representación, ese "espejo turbio y roto", según la metáfora de Laclau. Sartori la llama "cuestión enojosa" y la formula así: "¿Cómo es que el dominio de la mayoría acaba por ser el gobierno de una minoría?".

En este terreno, las perspectivas lucen sombrías: la revolución tecnológica y de las comunicaciones, la concentración económica, la transformación de la política en espectáculo y la apatía de las masas favorecen una estructura de poder condensada y poco transparente que manipula a la sociedad y sofoca a la democracia. Éste no es un fenómeno local, sino mundial. El veterano politólogo Sheldon Wolin, en su libro Democracy Inc., caracteriza al sistema político americano, otrora ejemplar, como un totalitarismo invertido, donde se realiza la colusión de los negocios privados y la política estatal, constituyendo una nueva forma de dominación reñida con el ideal democrático.

En los últimos días del régimen, los síntomas de esa descomposición se revelan con crudeza, sin tapujos. Es un fenómeno paradójico: se parece al final del menemismo, pero lo protagoniza un gobierno que proclamó, con hipocresía, estar en sus antípodas. Negocios en la cima del gobierno, lavado de dinero, asociación entre empresarios amigos y autoridades, ocultamiento de evidencias, persecución a la Justicia, servicios de inteligencia sospechados prueban que el populismo de estos años, más allá de su retórica, estuvo flojo de papeles democráticos.

Si la anécdota es verídica, Néstor Kirchner tenía razón y fue un visionario. En estas condiciones, la democracia es una ilusión para incautos, un edulcorado relato para la gilada. La concentración del poder, el desprecio por las instituciones, los organismos de control y la oposición posibilitaron que una minoría abusara del Gobierno e hiciera lo que se le antojara por más de una década. Haber mejorado las condiciones materiales de la población no justifica semejante latrocinio.


Pero a no confundirse: la democracia para la gilada cuenta con la complicidad de los súbditos, que renuncian a involucrarse, entretenidos con la vida privada, el consumo y los juguetes tecnológicos. El nuevo totalitarismo democrático, donde se hace lo que el jefe dice y basta, sólo es posible, como afirma Wolin, en épocas de analfabetismo político y amnesia colectiva.