jueves, 23 de octubre de 2014

LA CRÍTICA DE MARCEL DE CORTE A LA PACEM IN TERRIS Y LOS PELIGROS DEL PERSONALISMO



de Stefano Fontana

Observatorio Van Thuan, 19-9-14

El filósofo belga Marcel De Corte formuló una crítica muy fuerte a la Pacem in terris de Juan XXIII sobre la que convendría hacer algunas reflexiones serias. Lo hizo en el libro “Sobre la justicia”, cuya primera edición es de 1973 y que en el 2012 ha sido reeditada por Cantagalli en la colección “Clásicos cristianos”.
La crítica está contenida en el capítulo “Mutación de la doctrina social de la Iglesia” y es luego desarrollada en sus consecuencias en los acápites siguientes hasta el final del libro.

Para comprender esta cuestión, puede ser útil constatar que, según De Corte, el bien común no está delante, sino detrás de nosotros, nos precede. Es el objeto de la justicia general que se ocupa de la relación entre las personas en el todo del que son parte. El bien común es el orden de la realidad, de la realidad social por la que somos nutridos como personas y a la que debemos corresponder moralmente dando nuestra adhesión y contribución. El bien común no es medido por nosotros, nosotros somos medidos por él. Es un orden objetivo, es la convivencia ordenada de las personas, de las familias, de los grupos y de la sociedad. «El bien común es el estar juntas de todas las partes que constituyen el todo y el acuerdo de todos los aspectos de su unión. Un orden, un estar recíprocamente ordenados entre las partes que permite sus intercambios, su ayuda mutua, su complementariedad» (p. 26).
El concepto de bien común es, por tanto, de orden metafísico, «el destino de la civitas dependerá de sus instituciones en la medida en que estas se apoyen en una concepción del hombre, del mundo y de sus principios, en una metafísica y una religión conformes a la realidad» (p. 37).

Dada esta visión del bien común, De Corte sostiene que la sociedad no es la que está ordenada al individuo, sino es la persona la que está ordenada a la sociedad. Sostiene también que esta siempre ha sido la visión de la teología católica asumida por el Magisterio y que puede sintetizarse en las famosas palabras de Santo Tomás: «El hombre en su integridad está ordenado como su fin al conjunto de la sociedad, de la que es parte » (S.Th., II-II, 64, 1).
Es precisamente sobre este punto que, según De Corte, adviene la “mutación de la doctrina social de la Iglesia”, sancionada por la  Pacem in terris de Juan XXIII, en la que se lee: «En la época actual se considera que el bien común consiste principalmente en la defensa de los derechos y deberes de la persona humana. De aquí que la misión principal de los hombres de gobierno deba tender a dos cosas: de un lado, reconocer, respetar, armonizar, tutelar y promover tales derechos; de otro, facilitar a cada ciudadano el cumplimiento de sus respectivos deberes».

Según De Corte esto es exactamente «lo contrario a la filosofía social contemporánea reconocida por la Iglesia» (p. 107). Según él, la línea fue proseguida por Paulo VI y el Concilio la sancionó en la famosa frase de la Gaudium et spes: «la persona es ...y debe ser el principio, sujeto y fin de todas las instituciones». Según De Corte, el “personalismo” ha contaminado a la doctrina católica en esta materia, ha consagrado el primado de la persona sobre el bien común, ha transferido los derechos de la sociedad a la persona, ha naturalizado lo sobrenatural. Las consecuencias, según nuestro autor, no son solo sociales sino también eclesiales. De hecho, se ha comenzado a pensar que la Iglesia misma no está constituida por el Amor salvífico de Cristo, sino por la agregación de los fieles individuales.

No creo que se pueda negar la importancia de los problemas señalados por De Corte. Es bueno, por tanto, hacer algunas reflexiones al respecto.
Es necesario reconocer que dentro de la Iglesia la conciencia de la auténtica densidad de la expresión “bien común” se ha oscurecido mucho. Hoy, también las uniones entre personas del mismo sexo son consideradas por católicos como componentes del bien común en cuanto formas de “amor” y de cuidado del otro. De ahí que las observaciones de De Corte sean útiles para recuperar el verdadero espesor del concepto, comprendiendo, naturalmente, su fundamento en Dios: «No hay sociedad sin ligazón con la trascendencia y sin religión» (p. 51).

Pero aquello que puede suceder “en la Iglesia” no es “de la Iglesia”. Examinando con atención el texto entero de la Pacem in terris y de la Gaudium et spes, se debe reconocer que el tradicional concepto de bien común está presente en su globalidad.
Es cierto: sostener que la sociedad está finalizada a la persona y no viceversa, puede conceder espacios al individualismo liberal y transformar la política en la garantía de los egoísmos individuales. No se puede negar que amplios sectores del mundo católico se mantengan en esta posición: el bien común consistiría en los derechos, la democracia, la libertad y el asistencialismo estatal.  Pero puede tener –como de hecho tiene- otro significado: la persona no es instrumentalizable por ningún poder político porque solo está finalizada a Dios. Santo Tomás, que en el pasaje citado anteriormente reconoce que la persona está ordenada al todo de la comunidad política, en otro pasaje también muy conocido afirmaba que: «El hombre no se ordena a la comunidad política con todo su ser y con todas sus cosas; por eso no es necesario que cualquier acto suyo sea meritorio o demeritorio por orden a la comunidad política. Sin embargo, todo lo que el hombre es y todo lo que puede y tiene, ha de ser ordenado a Dios» (S.Th., I-II, 21, 4). Creo que cuando el Magisterio conciliar y posconciliar subraya estos aspectos es precisamente para defender a la persona de la arrogancia del poder político merced de su “dignidad trascendente”, que le viene de su proveniencia de Dios y de estar ordenada a Él. Dios es el Bien Común supremo. El filósofo Francesco Gentile decía que el bien común consiste en ver en común el Bien.

La frase que De Corte extrae de la Pacem in terris no expresa completamente la posición de la Iglesia. Al leer la encíclica resulta muy evidente la idea que el bien común corresponde a un orden fundado en Dios. Como ha evidenciado el Arzobispo Giampaolo Crepaldi, la encíclica comienza con la referencia a «el orden establecido por Dios» (n. 1); «El orden vigente en la sociedad es todo él de naturaleza espiritual (…) Sin embargo, este orden espiritual, cuyos principios son universales, absolutos e inmutables, tiene su origen único en un Dios verdadero» (n. 20)[1]. La Pacem in terris puede, por tanto, afirmar que «el “bene comune” debe comprender siempre, de alguna manera, la referencia a Dios, y no puede ser entendido en sentido horizontal, es decir como organización material de la vida común: «El bien común deba procurarse por tales vías y con tales medios que no sólo no pongan obstáculos a la salvación eterna del hombre, sino que, por el contrario, le ayuden a conseguirla» (n. 35)[2]». [He tomado estas observaciones de G. Crepaldi, Introduzione a M. Roncalli-E. Malnati, Pacem in terris, l’ultimo dono di Giovanni XXIII, Cantagalli, Siena 2013]. De estos y otros pasajes de la encíclica se puede concluir con certeza que no existe un reduccionismo del concepto tradicional del bien común, como podría parecer por la cita singular de De Corte.

Una discusión aparte merece la frase de la Gaudium et spes mencionada arriba. Tomada en sí misma, la frase según la cual la persona es principio, sujeto y fin de las instituciones políticas es ambigua porque puede dar la impresión de un personalismo sin Dios. Pero, como he escrito en otra parte, (ver S. Fontana, Il Concilio restituito alla Chiesa. Dieci domanda sul Vaticano II, La Fontana di Silone, Turín 2013), el sentido de esta frase se completa con otras frases del mismo documento y también de otros textos conciliares. La frase, que en sí misma, supone no pocos problemas, debe ser completada. Esto significa también que no puede ser asumida como ejemplo de un “punto de inflexión”.

Hechas estas consideraciones, sin embargo, es un deber tomar nota, incluso radicalmente, de las agudas observaciones de De Corte: el reduccionismo católico del “bien común” está ampliamente difundido y el personalismo ha querido con frecuencia dialogar con algunas corrientes de la modernidad y al hacerlo se ha hecho devorar. Es importante notar también que cuando se pierden de vista algunos pilares de la doctrina católica sobre la sociedad y la política, se tiene una onda expansiva dentro de la comunidad eclesial con la posibilidad de que se modifiquen las categorías con las que se piensa la fe y la Iglesia. Los últimos capítulos del libro de De Corte lo ponen claramente en evidencia.

Stefano Fontana

[1] Nota del Traductor: En la versión española oficial del documento pontificio, el punto citado corresponde a los números 37 y 38.
[2] Nota del Traductor: En la versión española oficial del documento pontificio, el punto es el número 59.