jueves, 29 de mayo de 2014

¿QUÉ FESTEJA CÓRDOBA CUANDO RECUERDA EL CORDOBAZO?



Por Daniel Gentile
(Abogado y periodista)

Reviso los diarios de los días posteriores a un 29 de mayo. Los que tengo frente a mis ojos son de hace un par de años, pero podrían ser de cualquiera de los últimos. Leo estas noticias: “Dirigentes de la CGT local destacaron el marco de recuperación de derechos en el que pudieron conmemorar un nuevo aniversario del Cordobazo”. “El ministro de Trabajo provincial dijo que es muy importante que podamos concretar esta conmemoración teniendo un gobierno popular, como el encabezado por la compañera Cristina”.

Otro gremialista, también legislador oficialista, expresaba: “Con el espíritu de aquella gente (la del Cordobazo) tratamos de dar respuesta a los problemas de hoy de los trabajadores”. También ponderó que, tal como sucede ahora, “aquellos hombres... planteaban un conjunto de ideas y de sentimientos que empuja a vivir y a celebrar esta fecha”.

Me parece asombroso que quienes en este tiempo gobiernan Córdoba digan que hay que celebrar, año tras año, aquellos dos días aciagos.

Nunca olvidaré el estupor y el miedo que infundían las columnas de violentos que avanzaban incontenibles, sembrando a su paso fuego y destrucción. Ni a los francotiradores que, estratégicamente apostados en los techos, desataron una infernal ruleta rusa en la que cualquiera podía ser víctima casual. Nada quedó librado al azar en aquel asalto masivo contra la ciudad planeado de manera cuidadosa. Poco hubo de espontáneo en el Cordobazo, y mucho de estrategia del terror por entonces naciente.

Me pregunto si habrá alguna otra ciudad en el mundo que, año tras año, celebre con algarabía el aniversario de su destrucción.

Córdoba fue incendiada, destruida, asolada, humillada, por un grupo de bárbaros que tenían dirigentes y estrategas.

No fue una insurrección popular. Había un gobierno de facto que no tenía, ciertamente, argumentos para autojustificarse. Pero el Cordobazo fue la eclosión de un virus –el germen de la ideología y la pedagogía del terror– que había anidado en el cuerpo social de la Argentina. Ese virus oportunista, encontró, para detonar, una circunstancia aparentemente justificante –la existencia de un gobierno no democrático– pero, luego de contaminar a todo el país, siguió flagelándolo durante el imperio de gobiernos constitucionales.

El germen del terror se apoderó de dirigentes estudiantiles y gremiales. Entre los estudiantes, fue una reverberancia decadente y grotesca del Mayo francés. Hubo incluso en las universidades de Córdoba algo de moda revolucionaria, con todo lo que de frívolo tienen esas cosas que se hacen porque quedan bien.

El sector gremial, por su parte, estaba ocupado mayoritariamente por el peronismo y en menor medida por elementos de una izquierda fundamentalmente trotskista. Perón, desde su lujoso exilio, le dio alas a la violencia. Algunos años después, cuando quiso detenerla, no pudo con ella.

El resultado de ese cóctel explosivo fue lo que se llamó y se llama aún, con una reverencia inexplicable, el “Cordobazo”.

No fue una expresión de rebeldía. La rebeldía, en verdad, es una actitud que puede ser noble. Los auténticos rebeldes fueron los que se negaron a plegarse a la moda de la violencia que dictaban los árbitros de la elegancia intelectual de entonces. Si eras joven y estudiante, debías subirte a ese colectivo. Algunos –muchos, demasiados– quedaron luego atrapados en ese carro.

Si fuera cierto que la sola existencia de un gobierno de facto hace justo al terror, los que han canonizado al Cordobazo deberían lamentar que los militares que tomaron el poder en 1943 no hayan recibido su merecido. Pero para la historia dominante también hay gobiernos de facto execrables y gobiernos de facto no tan malos. Es bueno, sobre todo para los historiógrafos oficiales, el gobierno que nació del golpe de Estado de aquel 4 de junio de 1943, que alumbró al peronismo.

Festejar el Cordobazo es festejar los incendios, los muertos, las bombas, los saqueos. Es festejar el terrorismo organizado que vino inmediatamente después. Es festejar el terrorismo de Estado, que es hijo del terrorismo subversivo. Es festejar las bombas de estruendo que hoy, diariamente, en cada manifestación, como un Cordobazo en pequeña escala y como un eco de aquel del ‘69, atormentan y ponen en peligro la integridad y la vida de los ciudadanos.

Así como no se concibe la simultánea adoración de Dios y del diablo, no se puede, al mismo tiempo, rendir culto a la violencia y pretender erradicarla.

Mientras los que mandan no superen esa contradicción, no tendrán solución los diarios desbordes de las manifestaciones sociales, que tanto nos preocupan.

Me contaron hace poco que en la Ciudad Universitaria hay una calle que se llama El Cordobazo. Me resisto a creerlo. No me parece sensato darle a una calle el nombre de una tragedia. No entiendo que una ciudad como Córdoba, con elevada autoestima, una ciudad que dice quererse y se quiere, una Córdoba que ejerce una suerte de cordobesismo militante, festeje año tras año, con el auspicio de sus gobernantes, el aniversario de su destrucción.

Me asombra, como me asombraría que una familia que sufrió un sangriento asalto, le incendiaron la vivienda y le mataron a dos hijos, se reuniera todos los años junto a la mesa y soplara las velitas para recordar el hecho más doloroso de su vida.


La Voz del Interior, 29-5-14