viernes, 23 de mayo de 2014

PODER, POLÍTICA, LEY EN JOSEPH RATZINGER-BENEDICTO XVI




a cargo de Stefano Fontana, 
Introducción de Paul D. Ryan, Epílogo de Giampaolo Crepaldi, Cantagalli, Siena 2014.

Verona, Parroquia de San Pedro Apóstol
Martes 29 de abril 2014

La centralidad de Dios
La expresión que da título al libro está formada, aunque no literalmente, por dos textos de Benedicto XVI. El primero es un texto dramático, que en mi opinión representa una piedra angular de su magisterio, la Carta que escribió a todos los Obispos del mundo después de levantar la excomunión a los cuatro obispos ordenado por Mons. Lefebvre: «En nuestro tiempo, en el que en amplias zonas de la tierra la fe está en peligro de apagarse como una llama que no encuentra ya su alimento, la prioridad que está por encima de todas es hacer presente a Dios en este mundo y abrir a los hombres el acceso a Dios… El auténtico problema en este momento actual de la historia es que Dios desaparece del horizonte de los hombres y, con el apagarse de la luz que proviene de Dios, la humanidad se ve afectada por la falta de orientación, cuyos efectos destructivos se ponen cada vez más de manifiesto». Era 10 de marzo del 2009, año horrible por los ataques concéntricos contra el Papa por parte de gobiernos, parlamentos, grandes medios de comunicación e incluso muchos Obispos.

El otro texto es la encíclica Spe salvi, donde dice que «sin Dios en el mundo» el mundo queda sin esperanza. Aquí Benedicto XVI hace referencia a Bernardo de Claraval. Los monjes eran grandes leñadores, pero «allí donde las almas se hacen salvajes no se puede lograr ninguna estructuración positiva del mundo».
Este es básicamente el mismo concepto expresado el 12 de septiembre de 2008 en el grandioso discurso en el College des Bernardins, en París, ante el mundo de la cultura. También aquí Benedicto XVI habló de los monjes y de cómo su servicio al mundo no tomó como inspiración el querer servir al mundo, sino más bien la búsqueda de Dios, y no en las cosas penúltimas sino en las cosas últimas, de las cuales se podrían obtener beneficios también para las penúltimas. (Se trata de un recorrido que después del Concilio se ha invertido, a pesar de que el Cardenal Ratzinger dijera en una famosa Conferencia del año 2000 que el propósito de los Padres Conciliares era poner a Dios en el centro). Estudiando la Palabra de Dios, los monjes estudiaron también la gramática, porque el Dios "de rostro humano” habla a todos utilizando la gramática humana. La Palabra de Dios no debe leerse literalmente, sino dentro de la comprensión de la Iglesia y así los monjes fueron capaces de entender también la gramática de la comunión entre los hombres. De las cosas últimas se desprende la luz para las penúltimas.

Benedicto XVI ha puesto a Dios al centro de la construcción de este mundo y con esto definitivamente ha refutado las versiones "débiles" sobre el anuncio, las de una Iglesia que acompaña al mundo pero renuncia a ser maestra y también a la ilusión de poder seguir siendo una madre. La Lumen Fidei (29 junio 2013), firmada por Francisco, en un terrible pasaje fácilmente atribuible al Papa Benedicto se plantea y nos plantea una inquietante pregunta: «¿Seremos en cambio nosotros los que tendremos reparo en llamar a Dios nuestro Dios? ¿Seremos capaces de no confesarlo como tal en nuestra vida pública, de no proponer la grandeza de la vida común que él hace posible? (n. 55). Paradójicamente, Benedicto XVI hizo su viaje más difícil y más cuestionado a Alemania, su patria, del 22 al 25 de septiembre de 2011, justamente para abrir un lugar a Cristo en el corazón de Europa y para decirle a la Iglesia de su nación que en esas tierras hay extrema necesidad de volver a anunciar a Cristo en la Iglesia, de volver a alfabetizar sobre el Credo y los sacramentos antes que pensar en dotar a cada parroquia de instalaciones de energía solar.

La neutralidad imposible
La centralidad de Dios trae consigo otra enseñanza fundamental de Benedicto XVI, que a menudo no se considera adecuadamente, sin embargo representa una verdadera "luz" de su episcopado, como se decía, “iluminado”. El 19 de julio de 2008, en Sidney, en el encuentro con los jóvenes en la Jornada Mundial de la Juventud, dijo: «con mucha frecuencia nos encontramos inmersos en un mundo que quisiera dejar a Dios “aparte”. En nombre de la libertad y la autonomía humana, se pasa en silencio sobre el nombre de Dios, la religión se reduce a devoción personal y se elude la fe en los ámbitos públicos… También nosotros podemos caer en la tentación de reducir la vida de fe a una cuestión de mero sentimiento, debilitando así su poder de inspirar una visión coherente del mundo y un diálogo riguroso con otras muchas visiones que compiten en la conquista de las mentes y los corazones de nuestros contemporáneos».
Las imágenes de Dios "puesto a un lado", "pasado en silencio" y "rechazado de la plaza pública" son de particular y dramática realidad. Sin embargo, las expresiones más llamativas de un camino fuertemente cuestionado también dentro de la Iglesia, son las dos finales: el Papa enseña que de la fe proviene "una visión coherente del mundo" y afirma que en la plaza pública está en marcha una competencia por "la conquista de las mentes y los corazones de los nuestros contemporáneos".

Dos días antes, el 17 de julio de 2008, Benedicto XVI había dicho: «Hoy muchos sostienen que a Dios se le debe “dejar en el banquillo”, y que la religión y la fe, aunque convenientes para los individuos, han de ser excluidas de la vida pública, o consideradas sólo para obtener limitados objetivos pragmáticos. Esta visión secularizada intenta explicar la vida humana y plasmar la sociedad con pocas o ninguna referencia al Creador. Se presenta como una fuerza neutral, imparcial y respetuosa de cada uno. En realidad, como toda ideología, el laicismo impone una visión global. Si Dios es irrelevante en la vida pública, la sociedad podrá plasmarse según una perspectiva carente de Dios. Sin embargo, la experiencia enseña que el alejamiento del designio de Dios creador provoca un desorden que tiene repercusiones inevitables sobre el resto de la creación. Cuando Dios queda eclipsado, nuestra capacidad de reconocer el orden natural, la finalidad y el “bien”, empieza a disiparse».
Un mundo sin Dios no es un mundo neutral, es un mundo que se construye sin Dios, pero "sin Dios" es también "contra Dios". No hay un laicismo débil y uno fuerte. El laicismo, que se presenta a veces como abierto y tolerante, tarde o temprano se transforma en odio hacia Dios. Las relaciones con el mundo casi han sido completamente absorbidas por el irenismo postconciliar, que ya no quiere ver en el mundo el mal que hay que combatir, sino como algo únicamente positivo con quien dialogar. Para Benedicto XVI, en cambio, está en marcha una "competencia", es decir, una lucha por conquistar los corazones y las mentes de los hombres, y en esta competencia no es posible permanecer neutrales.

Origen y sentido del poder
En este contexto de centralidad de Dios y de imposible neutralidad, dos grandes discursos de Benedicto XVI se ocupan del poder, de su origen y su sentido. Me refiero al discurso en Westminster Hall el 17 de septiembre de 2010 con ocasión del viaje al Reino Unido para la beatificación del Cardenal Newman, y el famoso discurso al Parlamento de Berlín el 22 de setiembre de 2011. Ambos discursos comienzan con una pregunta.
En Londres, Benedicto XVI señaló primero que quien tiene el poder sobre nosotros toma decisiones que son siempre opciones morales. Ahora: «¿Qué exigencias pueden imponer los gobiernos a los ciudadanos de manera razonable? Y ¿qué alcance pueden tener? ¿En nombre de qué autoridad pueden resolverse los dilemas morales? Estas cuestiones nos conducen directamente a la fundamentación ética de la vida civil. Si los principios éticos que sostienen el proceso democrático no se rigen por nada más sólido que el mero consenso social, entonces este proceso se presenta evidentemente frágil».

Este es el problema. La densa respuesta que el Papa dio a esta pregunta constituye un pequeño tratado sobre los fundamentos del poder: «La tradición católica mantiene que las normas objetivas para una acción justa de gobierno son accesibles a la razón, prescindiendo del contenido de la revelación. En este sentido, el papel de la religión en el debate político no es tanto proporcionar dichas normas, como si no pudieran conocerlas los no creyentes. Menos aún proponer soluciones políticas concretas, algo que está totalmente fuera de la competencia de la religión. Su papel consiste más bien en ayudar a purificar e iluminar la aplicación de la razón al descubrimiento de principios morales objetivos».

En cambio la pregunta de la que parte el discurso al Bundestag se refiere al Rey Salomón, quien pidió a Dios que le dé sabiduría para distinguir el bien del mal. ¿Cómo podrá el político, pregunta Benedicto XVI, «distinguir entre el bien y el mal, entre el derecho verdadero y el derecho sólo aparente?». Es suficiente el criterio de la mayoría frente a situaciones y problemáticas tan importantes? Con esto el Papa Ratzinger recuerda que los principios no negociables, no reciben su condición de verdad y bondad intrínseca del consenso de una mayoría, sino que los tienen por sí. El político no puede, sin traicionar su misión específica, ir en contra de esto. Si lo hiciera privaría al Estado de la ley, de manera que —como dice San Agustín— «sería difícil distinguir entre el Estado y una gran banda de bandidos».
Y he aquí la respuesta: «Contrariamente a otras grandes religiones —dice Benedicto XVI—, el cristianismo nunca ha impuesto al Estado y a la sociedad un derecho revelado, un ordenamiento jurídico derivado de una revelación. En cambio, se ha remitido a la naturaleza y a la razón como verdaderas fuentes del derecho … A partir de esta vinculación precristiana entre derecho y filosofía inicia el camino que lleva, a través de la Edad Media cristiana, al desarrollo jurídico de la Ilustración, hasta la Declaración de los derechos humanos».

En ambas respuestas el fundamento último del poder es Dios. Podemos estar tranquilos: lo que dice el capítulo 13 de la Carta de San Pablo a los Romanos —omnis potestas a Deo— es cierto también hoy. Pero esta primacía de la religión no se ejerce sustituyendo aquello que es conocible en el plano natural, sino purificándolo. De este modo se evitan tanto el integrismo teológico como la arbitrariedad.

La teología de la creación
La religión no hace directamente política, más bien purifica la política y le permite ser realmente ella misma. Así la política es autónoma pero no es autosuficiente ni independiente de la moral ni de la religión católica. La autoridad política viene de Dios, pero no la ejerce directamente la Iglesia. No debe delimitarse lo que se debe a Dios y lo que se debe al César, ya que el César, sin referencia a Dios, no puede comprender bien qué se debe a sí mismo. “No tenemos otro rey aparte del César!”, dijo la masa a Pilatos. No era sólo la negación de la religión sacrificada en el altar de la política, era la negación de la política sacrificada en su propio altar.

Ahora, todo este discurso presupone que la razón humana puede conocer la naturaleza. Y presupone que la naturaleza pueda ser conocida. Si falta este acoplamiento, la fe se convierte en algo esotérico, intimista, fideísta, psicológico o psicoanalítico, una necesidad humana, un hobby personal, un "mito". Con ello se pueden hacer películas y escribir novelas, pero no construir una civilización humana. Si la naturaleza carece de sentido, Dios no se ha podido comunicar a nosotros y la religión no puede decir nada sobre el poder, la política o la ley, que no sea integrismo.
La noción de fondo es aquella expuesta con extrema radicalidad en Munich el 12 de septiembre de 2006. «En resumidas cuentas, quedan dos alternativas: ¿Qué hay en el origen? La Razón creadora, el Espíritu creador que obra todo y suscita el desarrollo, o la Irracionalidad que, carente de toda razón, produce extrañamente un cosmos ordenado de modo matemático, así como el hombre y su razón… Nosotros creemos que en el origen está el Verbo eterno, la Razón y no la Irracionalidad». Y así llegamos al más grande de los discursos de Benedicto XVI, un discurso que por sí solo haría la gloria de un pontificado, la famosa lección en la Universidad de Ratisbona del 12 de septiembre de 2006: «No actuar según la razón es contrario a la naturaleza de Dios». Un día Sócrates conoció a Eutifrón, sacerdote y experto en las cosas sagradas.

Le planteó esta pregunta: ¿una acción santa es santa porque les gusta a los dioses o les gusta a los dioses porque es santa?
En el primer caso los dioses son arbitrarios e indiferentes a la verdad, en el segundo caso los dioses son verídicos y defienden la verdad.
En el primer caso, la política es arbitrariedad y violencia o, a lo sumo, acuerdo de intereses, en el segundo caso la política es para el bien y la verdad.
El 7 de diciembre de 2012, Benedicto XVI dijo que cree que «es precisamente el olvido de Dios lo que sumerge a las sociedades humanas en una forma de relativismo que genera ineluctablemente la violencia. Cuando se niega la posibilidad para todos de referirse a una verdad objetiva, el diálogo se hace imposible y la violencia, declarada u oculta, se convierte en la regla de las relaciones humanas».
Precisamente a finales del 2012, cerca de la decisión de dejar el pontificado, Benedicto XVI dio los más bellos discursos sobre la defensa de la naturaleza, en particular en el discurso a la curia romana del 21 de diciembre de 2012. La ideología del género es la negación explícita y militante de la naturaleza. Si esta operación tuviera éxito el diálogo posible entre el hombre y Dios acabaría, y el cristianismo y la Iglesia serían arrojados fuera de la historia. Benedicto XVI, con su fineza, ha identificado con crudo realismo y ha expresado con palabras desnudas y espinosas el enorme desafío que tenemos ante nosotros: «se hace evidente que, cuando se niega a Dios, se disuelve también la dignidad del hombre. Quien defiende a Dios, defiende al hombre».


La teología la creación hoy es de importancia vital. En el discurso a la curia para las felicitaciones de Navidad del 2008, Benedicto XVI dijo: «Dado que la fe en el Creador es parte esencial del Credo cristiano, la Iglesia no puede y no debe limitarse a transmitir a sus fieles sólo el mensaje de la salvación. Tiene una responsabilidad con respecto a la creación y debe cumplir esta responsabilidad también en público».