martes, 20 de mayo de 2014

LA CÁMPORA TOMA POR ASALTO LA CANCILLERÍA



Dante Caputo
Ex Canciller

Si el nuevo presidente que tendremos a fines del año próximo quiere alterar el rumbo y dar los primeros pasos para reconstruir un país sensato, donde las mayorías recuperen cierto bienestar estable y duradero, necesitará tomar conciencia de que carecerá de dos instrumentos esenciales: el Estado de Derecho, que permite que una sociedad funcione de manera previsible, y el Estado, que hace posible hacer realidad las políticas públicas elegidas.

El Estado en Argentina se ha ido disolviendo, descomponiendo.

Convertido en botín de los partidos políticos, devino la manera más sencilla para alimentar el clientelismo sobre el que se basa el funcionamiento de una buena parte del sistema político argentino. Decenas de miles de puestos creados para alimentar los favores, la arbitrariedad en el funcionamiento de las organizaciones, el patoterismo impuesto dentro de las oficinas. Entre 2003 y 2012 el número de empleados públicos creció 71%. En dos palabras, la degradación institucional.

El gobierno que se irá deja al Estado en ruinas. Sólo alcanza el ejemplo de la mentira oficializada y reconocida sobre la inflación para percibir el tamaño del daño causado. Durante siete años, el INDEC, una de las instituciones más serias de nuestro país, fue humillado, manejado a punta de pistola y obligado a mentir frente a los argentinos y el resto del mundo. Hoy reconoce que los niveles de inflación son tres veces mayores de lo que dijeron durante todos estos años.

Mas allá del daño que se causó a la credibilidad y seriedad de la Argentina en el exterior (que será difícil recuperar), el legado, menos comentado, es que una institución quedó arrasada. Costó mucho esfuerzo armarla, perfeccionarla, rodarla.

La destrozaron. Costará rehacerla.

Lector, estoy seguro de que no le sería difícil a usted multiplicar los ejemplos. Pero resulta más útil prevenir los nuevos desastres, en especial, el que parece inminente: destrozar el Servicio Exterior argentino.

Nuestro Estado y sus burocracias nunca fueron una maravilla. Pero dentro de su mediocridad (que implica una limitación enorme para cualquiera que busque mejorar nuestra sociedad) había ciertas islas de eficiencia.

El INDEC, el INTA, la Comisión de Energía Atómica eran buenos ejemplos. El Servicio Exterior, en particular, es el ámbito donde se logró reunir a los mejores cuadros del servicio público.

Hoy todos sus funcionarios son graduados universitarios, aprobaron un difícil concurso donde son seleccionados alrededor del 10% de los que se presentan y hacen un curso de 18 meses en el Instituto del Servicio Exterior. Todos hablan dos o tres idiomas, mantienen una marcada disciplina interna y han acumulado años de experiencia en la difícil tarea de negociar y representar nuestros intereses.

Por cierto, no es homogéneo, ni son sólo virtudes las que caracterizan a sus miembros. Pero no existe, en todo el sistema publico argentino, un cuerpo de la calidad profesional como la Cancillería.

Ahora, La Cámpora quiere devorarlo.

Hace un tiempo empezó a ocupar posiciones en la estructura, a utilizar la arbitrariedad y el maltrato como norma en las relaciones con los funcionarios de carrera.

Ven en la Cancillería una cueva de frívolos, vendidos a dios sabe qué intereses. Sí, algunos hay, son parte de la Argentina. Pero no son “la Cancillería” y a la hora de hacer las cosas no cuentan. Dirigí esa institución durante casi seis años. No creo haber llevado adelante una política de derecha y fueron los cuadros de esta institución los que hicieron viables nuestra estrategia.

La Cámpora quiere cambiar la ley del Servicio Exterior. Quiere hacerlo, entre otras cosas, para designar sin límites a embajadores políticos. Buscan abrir de par en par las puertas que llevan al botín. También, van a intentar que se pueda designar en otros puestos que el de embajador a personas que no hicieron la carrera diplomática, como establece la ley vigente.

Probablemente intenten tomar el Palacio San Martín. No durará tanto como la toma del Palacio de Invierno.

Habrá que resistir un año y después borrar todo lo que estos personajes hicieron, para que no quede ni el polvo de sus reformas.

Sería bueno, como en las otras áreas arrasadas, que los candidatos presidenciales dijeran que así se hará.


Clarín, 20-5-14