lunes, 19 de mayo de 2014

EL MITO DE LA DÉCADA INFAME



Por José Antonio Riesto
Instituto de Teoría del Estado

En la prensa se leyó este 15 de mayo una nota del doctor Mariano Grondona titulada “El renacimiento de una esperanza”, de excelente factura semántica y conceptual. Su fe en que el país recuperará una “democracia normal”,una vez cerrado el ciclo autoritario del régimen que preside Cristina Fernández, se basa en la índole política y personal de quienes son, hoy, los candidatos destacados para ocupar ese cargo en diciembre de 2015. Y menciona a Sanz, Macri, Massa, Carrió, Scioli, Binner o Cobos. (La Nación, 15 de mayo/2014)

Ellos, estima, no padecen el “síndrome autoritario” que ha sido propio del kirchnerismo, una condición que, le parece, garantiza un futuro positivo a la convivencia y a las instituciones. Lo cual dará las posibilidades que se necesitan para que la Nación pase a formar parte de los regímenes democráticos tanto europeos como americanos. Acaso, agrega, por que será superada la dicotomía de “autoritarismo y libertad”.

De esta suerte de profecía –a la que no cuesta adherir en función del optimismo que tanta falta nos hace--  el autor se remite a los antecedentes de la crisis en que, más de ocho décadas atrás, se internó el sistema republicano. A su juicio todo comenzó en 1930 con el derrocamiento de Hipólito Yrigoyen, y a cuyo acontecimiento y lo que vino seguidamente le dedica un verdadero y quemante anatema.

Supongo que en su tumba se revolverán algunos de los que incitaron al estropicio. Por ejemplo, José P. Tamborini, fundador del Antipersonalismo; Raúl Uranga, titular de la Federación Universitaria y más tarde gobernador de Entre Ríos en la generación de Arturo Frondizi, sin olvidar a don Alfredo Palacios que se volvió media hora antes de que sonaran los clarines de Uriburu.

Nadie puede negarle al Dr. Grondona competencia para semejante severidad con el pasado, máxime cuando su pluma es de trazo delicado y con valiosos significados, casi florentina. Pero quienes somos sus lectores y, a veces, admi radores, tenemos derecho a rogarle al brillante politólogo y docente universi tario, que no fragmente la trayectoria nacional cuando hoy de lo que se trata, no es meramente de hacer revisionismo histórico, sino de dictar cátedra de alta política. Y de  usar el talento para ayudar a construir el futuro de los argentinos.

Ya hemos tenido bastante con el odio a Lavalle, a Rosas, a Sarmiento, con la condena de la conquista del desierto, con las buenas y malas cosas del peronismo. Por que en este país, que podría ser grande y fuerte, nos consume demasiadas energías eso que se llama “delirio retroactivo”. De ahí la necesidad de no separar en segmentos los pasos dados por la sociedad nacional, y seleccionar alguno para execrarlo. No me imagino a los franceses destruyendo el monumento a Napoleón, a los alemanes condenando el ciclo de Bismarck o a los rusos quemando San Petersburgo (donde está El Hermitage) por que, a sangre y fuego, la hizo Pedro El Grande.

Salvando las distancias nuestra década de los años 30 del siglo XX está allí. Como una etapa tan argentina como otras, inescindible de lo que, para bien o para mal, ha vivido nuestro pueblo. Con Agustín P. Justo en la conducción del Estado y con Pedro Frías y Amadeo Sabattini sucediéndose en el gobierno de  la provincia de Córdoba.

Necesitamos un juicio global más que de parcialidades. Por eso, para renegar de dicha década, tan injustamente marcada de “infame” por el resentimiento, habría que hacerlo con la recuperación del país respecto a la Gran Crisis en cuyos brazos nos dejó Yrigoyen, de la construcción de las dos grandes rutas que unificó el territorio, de la legendaria sentencia de la Corte Suprema en el caso “Avico vs. de La Pesa” que puso en caja al individualismo de posesión de los contratos ultra-liberales.

Asimismo, Ignorar o maldecir a la Ley 11.729 que dio matriz a la futura extensión de la legislación laboral, también la intensificación del proceso industrializador, la creación de la marina mercante y de la gendarmería, el avance de las exportaciones agropecuarias,  o el desarrollo (diseño y producción) de la aeronáutica nacional.

¿Hay que renegar también del Premio Nobel de la Paz que recibió Saavedra Lamas por su gestión pacificadora en la región, de las visitas del Presidente Roosevelt (USA) y de monseñor Paccelli, futuro Pío XII..? Deberemos, uno de estos días, quemar el Obelico..? Enjuiciar a la Escuela Superior de Guerra por haber permitido que un mayor de sólo 34 años, llamado Perón, dictara allí clases sobre la ciencia de la guerra..?

No se me ocurre cubrir con la mano los fallos y vicios de la política en ese lapso histórico, como fue la crisis de los partidos, los casos de fraude electoral y de ciertos negociados. Ni me consuela tener presente, con posterioridad, la quema de Iglesias, y luego la  derogación por bando militar de una Constitución, los fusilamientos y la proscripción de las mayorías, el imperdonable derrocamiento de Frondizi. Y más adelante que una parte de la clase política justificara la acción armada de las bandas subversivas hasta sustituir el gobierno legal por una dictadura. Todo ello forma parte de lo que hay que asumir desde una perspectiva superadora y sin exceso de subjetividades. Sin delirio retroactivo.
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