miércoles, 23 de abril de 2014

ALARMAS COMUNITARIAS, LA OTRA OPCIÓN


 Por Rosa Bertino

En una de las zonas más vapuleadas de barrio Yapeyú, la que se extiende entre Bourges y la Costanera, la Policía y el centro vecinal acaban de inaugurar una red de alarmas comunitarias. Estas son sufragadas por los propietarios o inquilinos, cuestan alrededor de 160 pesos (por única vez) y consisten en una sonora bocina y un botón dentro de la casa.

Incluso se pueden colocar varios (en el comedor, baño, cocina, dormitorio), con una mínima variación en el costo. El ruido que producen es tan impactante, que se escucha desde lejos. Está comprobado que logra ahuyentar al merodeador o delincuente, siempre y cuando algún vecino haya detectado una situación anómala.

Esta provoca una reacción en cadena, por la cual el de al lado o enfrente llama a la Policía. En general, los usuarios reconocen que “el patrullero viene enseguida”. “Nadie mejor que el vecino conoce el movimiento de su cuadra, y puede reaccionar frente a un hecho de violencia o una presencia sospechosa”, sostiene el Comisario Javier Leonardi, actual director de Policía Comunitaria. Más entusiasmado que los comerciantes y otros moradores del sector, el oficial aseguró que, a la larga, estos tendidos barriales son beneficiosos “y contagiosos”. Y que “la sociedad civil tiene que recuperar la confianza en sí misma, y en la Policía”.

El sistema requiere de muchos vecinos que se conozcan entre sí. Este factor es imprescindible, aunque todavía difícil de captar. Sólo una veintena adhirió al primer tramo del flamante tendido en la barriada contigua a la avenida Patria. De no mediar un hecho puntual, una vez al mes hacen un simulacro.

“Hace tiempo que venimos insistiendo en la necesidad de cuidarnos unos a otros, y de a poquito vamos ganando adeptos”, señala la profesora Pompeya Montini, de Vecinos Autoconvocados, con 30 largos años en Yapeyú.

“Mirar por la ventana y estar atentos a lo que pasa no significa ser chusmas”, recalcó Marcelo Diz, de la misma agrupación. Las opiniones coinciden en que “los choros se mueven al voleo, al acecho de los que salen del almacén o bajan del colectivo, o están abriendo o cerrando el garaje”.

Oscar Pairona, con cuatro décadas de vida en la calle Nueva Zelanda, asegura que “hasta hace cosa de cinco años, esto era un paraíso. Desde entonces son habituales los gritos y las encerronas, en especial a las mujeres y a la gente mayor”. También percibe que, “de haber tenido una alarma callejera, habría podido impedir varios atracos”. Es uno de los pocos que la colocó.

El resto parece preferir el ladrido infernal de los perros, o atrincherarse en su domicilio. Éstos opinan que “sólo la presencia policial, caminando de forma constante, disminuye el `choreo´”. Más como ellos “Todas estas iniciativas son interesantes, pero insuficientes”, advirtió Diego Montiel, cura de San Ramón Nonato.

En el acto de lanzamiento, el párroco bregó por la solidaridad, la no violencia y, sobre todo, “porque cada uno haga lo que le corresponde”. El observador neutral concluye que si hubiera más referentes como Pompeya o Leonardi, más curas como Montiel y más vecinos como Oscar o Isabel, no hubiéramos llegado a este punto.


La Voz del Interior, 23-4-14