domingo, 22 de diciembre de 2013

Y DÓNDE ESTÁ EL ESTADO, QUE NO SE VE




 ALCADIO OÑA

Si la culpa de los cortes de luz es de las distribuidoras que no invirtieron, ¿por qué el Estado regulador no intervino antes y dejó tan expuestos a los usuarios? Nada nuevo hay en los apagones de estos días, salvo que son mayores a los de otras temporadas.

La secuencia de dificultades crecientes revela una responsabilidad cuanto menos compartida, aunque no pareja, porque la función de garantizar un servicio esencial le compete por entero al Estado. Más precisamente, al Gobierno.

Cada cual puede poner las fichas en el casillero que mejor le convenga, pero lo verdaderamente real es que consumidores de todos los colores y de todas partes del país han sido forzados, nuevamente, a pagar por los platos que otros rompen.

Y si los argumentos que usan los funcionarios no son excusas de ocasión para sacarse la papa caliente de encima, en las formas el caso de las distribuidoras luciría bastante parecido al de Repsol. El kirchnerismo cayó en la cuenta de que los españoles habían vaciado YPF, después de tolerar supuestas maniobras durante años y hasta ser socios en algunas, como aquella “argentinización” de 2008 pactada a la sombra del poder con empresarios amigos.

La estatización de la petrolera fue celebrada como un triunfo de la soberanía. Pero ahora que se conocen ciertos detalles, aunque no todos, de la indemnización ofrecida a Repsol, termina por comprobarse que en el mejor de los casos se trató de un triunfo muy caro. Semejante a la asociación, también oscura, entre YPF y la norteamericana Chevron.

Aquí mismo saltan dos ejemplos de gigantesco doble discurso. Y habrá que ver si la estatización de las distribuidoras no es una simple amenaza para salir del paso, o si el Gobierno está decidido de verdad a tomar un problemón del que es arte y parte.

Puro jueguito para la tribuna hacen los voceros del oficialismo, cuando afirman que no existen apremios con la generación de energía.

Basta observar los datos crudos de la realidad para ponerlos en off side y preguntarse: ¿qué pasa cuando la producción de un insumo crítico e insustible viene en caída libre y, al mismo tiempo, aumenta fuerte la demanda? Muy simple, pasa que hay un cuadro grave llamado escasez.

Casi ni hace falta decir que en el centro de la escena aparecen, de nuevo, el Gobierno y los usuarios. Eso sí, con roles bien diferentes.

Alrededor del 65% de la generación eléctrica del país proviene de las usinas térmicas, abastecidas esencialmente a base de gas natural y combustibles derivados del petróleo. Un 30% es hidroelectricidad y el resto, energía nuclear.

Luego, si alguno de los pilares centrales tambalea, tambalea toda la estructura. Y hace rato que los grandes soportes están llenos de grietas.

Según cálculos privados, entre 2004 y 2012 la producción de gas natural cayó 15,4% y un 6% en los últimos doce meses. En el otro platillo de la balanza, el consumo canta un crecimiento mayor al 30% desde 2004.

La ecuación cruje por todas partes.

Peor aún es lo que sucede con el petróleo. De 2004 a 2012, la producción bajó 34% y 3% en los últimos doce meses, mientras el consumo se empinó 44%, con un impresionante 200% para las naftas.

Encima, las reservas de gas, claves en la matriz energética, son la mitad de las que había en 2001, lo cual dibuja un horizonte de producción muy comprometido. Y la suma de los factores da una formidable pérdida de patrimonio nacional.

Obviamente, los períodos no fueron elegidos al azar: le pegan directo a la gestión kirchnerista, igual que las consecuencias. Y no hay manera de alegar sorpresa: hubo imprevisión, porque la crisis energética había sido largamente advertida, sin que el Gobierno hiciera nada para dar vuelta el proceso.

Cómo sostener, entonces, que el problema sólo está en la distribución. Sí, está en los cables y en los transformadores antiguos que no fueron reemplazados y saltan apenas el clima aprieta. Pero también anida en la base de la estructura, la generación de energía.

Suena a bueno, a muy bueno, que aumente la demanda, pues eso significa crecimiento de la economía. El punto es que la producción acompañe y que ambas variables no corran por carriles tan desconectados.

Así se explica que la importación de gas y de combustibles, imprescindible para tapar el agujero interior, pueda escalar este año a US$ 13.000 millones y a US$ 15.000 millones en 2014. No hay con qué darle a semejantes números; para colmo, todo caro.

Otra vez, las variables que se bifurcan. Con exportaciones energéticas en baja, el balance cambiario sectorial va camino a cerrar el año con un déficit de US$ 7.000 millones y escalaría hasta US$ 11.000 millones en 2014.

Todo representa una montaña de dólares; además, de dólares escasos. Y todo explica la urgencia del Gobierno por sacar divisas de donde sea, aún pagando costos altísimos, como el increíble regalo a las multinacionales cerealeras o el casi 9% que YPF arregló por un crédito de apenas US$ 500 millones.

Hay más números para este boletín de facturas insostenibles. Ahora le toca a los subsidios a la luz y el gas, que sumarían unos $ 88.000 millones en 2013 y salen de la enorme brecha que existe entre los precios de importación y los que se cobran en el mercado interno.

El Estado banca la cuenta, o sea, los contribuyentes. Aunque se trate de un sistema tan discrecional como desigual, y a la vez flojo en transparencia.

Estudios privados revelan que el 20% más rico de la población se queda con cerca del 43% de la torta de los subsidios. Al 20% más pobre, apenas le toca un 6,2%. El resto va a las capas medias.

Si se ha logrado digerir semejante cantidad de cifras y tanta plata junta, es posible concluir en que cuesta encontrar ese Estado regulador de la actividad privada y a la vez útil en la distribución del ingreso que pregona el kircherista. Hay, en efecto, un Estado presente, sólo que presente al modo K.

En estos días calurosos hacia adentro y hacia afuera de la Casa Rosada, el jefe de Gabinete debió ensayar todos los argumentos que encontró, a veces al costo de contradecirse o de contradecir el mensaje que otros pretendían de él.

Con uno dio en el clavo, aunque en el fondo tampoco lo favoreció. Dijo que los problemas con la electricidad eran parientes del crecimiento económico, del mayor consumo y la caída del desempleo.

La contracara es que la misma crisis energética le pone un tapón al menú de Jorge Capitanich: “En la mejor de las hipótesis, viviremos cinco años más a dieta”, dice un especialista. Mientras tanto, el desbarajuste seguirá comiéndose divisas escasas.

Como ocurre con el resto de los problemas que ha acumulado, el kirchnerismo cosecha de su propia siembra. Y si soñó con pasarles los costos políticos a los que vengan, los tiempos no le dan.

Y así estamos, al cabo de diez años.

Con la incorruptible realidad tocando la puerta y el horizonte color oscuro.


Clarín, 22-12-13