martes, 19 de noviembre de 2013

ESBOZO DE RESPUESTA AL DESAFÍO DEL NARCOTRÁFICO



Víctor E. Lapegna

InformadorPúblico, 18-11-13

“El narco-negocio se instaló en nuestro país, prospera exitosamente, destruye familias y mata. Nuestro territorio ha dejado de ser sólo un país de paso. Observaciones confiables y de diversas fuentes nos advierten que el consumo arraiga en los jóvenes, y avanza sobre la inocencia y fragilidad de los niños. Cuando se asocian a las malas compañías del alcohol, los inhalantes, la violencia y el desamparo, el resultado es un complot para el exterminio. Desde los más altos niveles su tráfico genera corrupción y muerte: asesinatos por encargo, extorsiones, dependencias esclavizantes, prostitución.”

El 12 de noviembre de 2007, la 94ª asamblea de la Conferencia Episcopal Argentina dio a conocer un documento titulado “La droga, sinónimo de muerte”, en el que advertía en los términos arriba transcriptos acerca del grave desafío que nos plantea a todos la instalación de ese vil negocio entre nosotros.

Transcurrieron desde entonces seis años y el pasado 8 de noviembre nuestros obispos volvieron a alzar su voz profética acerca de esta cuestión mediante el documento “El drama de la droga y el narcotráfico”, donde alertan “con dolor y preocupación” del crecimiento del narcotráfico y sus consecuencias sobre la sociedad en general y en especial sobre los sectores más postergados, observan la falta de cooperación para afrontar la cuestión de parte de los ámbitos de decisión y reclaman políticas de corto, mediano y largo plazo.

En un país con estadísticas tan poco confiables como el nuestro no es fácil mensurar en cifras la magnitud que alcanzó aquí el narco-negocio, pero es posible intentar un cálculo aproximado recurriendo a datos de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (ONUDD).

Según los últimos informes de esa fuente, el mercado interno argentino de drogas prohibidas lo componen casi un millón de personas que incluye a adictos y consumidores ocasionales de cocaína (en América ese nivel de consumo, medido por habitante, sólo es superior en Estados Unidos), unos 3 millones de consumidores ocasiones y adictos a la marihuana y un número que desconocemos de consumidores y adictos al “paco”, la heroína y las drogas de diseño.

Al flujo de dinero proporcionado por ese importante mercado local compuesto por unos 4 millones de compradores de cocaína y marihuana y una cantidad indeterminada de adquirentes de “paco”, heroína y drogas de diseño, debe agregarse el que generan las ventas de drogas prohibidas al exterior desde la Argentina, de cuya dimensión da cuenta el hecho de que nuestro país sea considerado el tercer exportador latinoamericano de cocaína, con destino sobre todo a Europa y Estados Unidos.

Conforme esas cifras parciales y relativas y en un cálculo conservador, puede estimarse que en la Argentina la producción, distribución y venta de drogas para consumo interno y exportación es hoy un negocio que genera alrededor de 6 mil millones de dólares anuales (3.500 millones la cocaína y el resto la marihuana, las drogas de diseño o sintéticas y el “paco”), con un costo que puede llegar a unos 2.400 millones de dólares destinados a la producción, la logística de distribución y la “cobertura de riesgos” y deja a las organizaciones criminales que manejan ese negocio una utilidad bruta anual promedio en torno de los 3.600 millones de dólares (unos 10 millones de dólares diarios y unos 417 mil dólares por hora).

Esto implica que los narcotraficantes han de destinar no menos de 100 millones de dólares mensuales para sobornar a decisores políticos, miembros del poder judicial y de las fuerzas policiales y de seguridad que debieran combatirlos y así obtener de ellos complicidad y favores, la que también procuran mediante la extorsión y las amenazas como el tiroteo contra la casa particular del gobernador de santa Fe, Antonio Bonfatti.

Por lo demás, esa realidad argentina se enmarca en un cuado mundial en el que los tráficos ilegales de drogas, personas, armas e influencias acumula billones (millones de millones) de dólares anuales, pasó a ser uno de los más grandes negocios de esta era de la globalización y dota a las organizaciones criminales transnacionales que los manejan de un grado de poder tal, que bien se puede considerar que configuran un “neo-imperialismo” del siglo XXI, conforme la acertada definición de Zenón Biagosch, destacado especialista argentino en la compleja cuestión del lavado de dinero de orígenes ilícitos.

Combatir el narcotráfico es necesario, pero no suficiente

Es obvio que se requiere que el Estado en todos sus niveles haga todo lo que debe y no hace para evitar y combatir la producción local y/o la importación de drogas, su distribución en nuestro territorio y su salida desde él hacia mercados externos y que se debe avalar y promover todo reclamo en ese sentido, como el muy claro y terminante que acaban de reiterar los obispos.

Al respecto, coincidimos con los puntos que expuso Rodolfo Patricio Florido en una reciente nota acerca de los modos de combatir al narcotráfico:

Considerar la creación de una nueva fuerza de seguridad específica, integrada por personal a formar, que en lo posible sea nuevo o bien tenga fojas de servicio impecables y debería ser muy bien pago.

Modificar las leyes existentes relacionadas con este delito e imponer penas no menores a los 25 años, no excarcelables ni sujetas a regímenes de acortamiento de penas.

Crear nuevos juzgados federales que trabajen en directa relación con la fuerza a crear.

Abandonar la llamada “doctrina del fruto del árbol envenenado” en lo que se refiere a la temática de las drogas que conduce a no poder estimular el acercamiento a los narcotraficantes en el marco de las normas no escritas que estos practican, es condenar cualquier esfuerzo serio al fracaso o a las chicanas de orden jurídico que terminan favoreciendo a los delincuentes.

Disponer del dinero, casas, autos, lanchas, aviones y todo otro bien que se encuentre en posesión de los narcotraficantes y sus familias, usándolos de manera inmediata para mejorar la vida de los ciudadanos más carenciados, las villas de emergencia y una parte para incrementar los recursos de la represión y nuevos centros de detención.

Asumir los miedos y saber que se perderán vidas, ya que sin coraje no se puede enfrentar la falta absoluta de límites que proponen los narcotraficantes.

No obstante, aún si se adoptaran estas u otras medidas que se entiendan apropiadas y hubiera en todos los decisores del poder político la voluntad y capacidad para combatir al narcotráfico que hoy y aquí no hay, aunque tuviéramos suficiente personal y recursos materiales en cantidad y de calidad técnica y moral en el sistema judicial y las fuerzas policiales y de seguridad para afrontar ese combate que hoy y aquí estamos lejos de tener y existieran leyes y los organismos adecuados para cumplir esa misión que hoy y aquí no existen; todo eso sería insuficiente para afrontar con éxito el desafío si no estuviera acompañado de una estrategia eficaz para obrar en los eslabones original y final de esa cadena criminal de negocios, que son el aumento del consumo y el lavado del dinero que genera.

Esto se verifica con lo que sucede en Estados Unidos, país que destina ingentes recursos humanos y materiales a combatir el narcotráfico y librar la llamada “guerra contra las drogas”, pero sigue siendo el que registra los más altos niveles de consumo de drogas prohibidas del mundo, demanda provista por organizaciones criminales que superan todos los controles fronterizos e ingresan las drogas en territorio estadounidense, las distribuyen y las venden. Y el sistema financiero basado en ese país de alcance global es el que recicla gran parte de los cientos de miles de millones de dólares que proceden de consumidores de drogas en los propios Estados Unidos. Mutatis mutandi, lo mismo puede decirse de los principales países de Europa.

Por ello, asumimos que prevenir, controlar y reprimir la producción, tráfico y comercialización de drogas es un deber ineludible del Estado y de toda la sociedad, pero también creemos preciso tener en cuenta que, aún cuando ese deber se cumpliera en plenitud, no pasaría de ser un paliativo sin una estrategia que permitiera detener y reducir el consumo masivo de drogas y de políticas y medidas conducentes a prevenir, controlar y reprimir el lavado de dinero procedente de ese tráfico, cuya obtención y uso a voluntad y sin riesgos es el objetivo esencial de las organizaciones que conducen ese negocio criminal.

El eslabón original del consumo

A partir de la década de 1960, el uso de drogas prohibidas en todo el mundo pasó de ser una tendencia esotérica de pequeñas élites a convertirse en hábito de multitudes y esa gran expansión del consumo -que llevó a que se estime que hoy el narcotráfico recauda unos 500 mil millones de dólares anuales- es el primer eslabón de esa criminal cadena de negocios transnacional, conducida por organizaciones profesionalizadas.

Como precisó el obispo de Villa María (Córdoba), monseñor Samuel Jofré Giraudo, “no habría narcotráfico sin demanda y no habría demanda sin el malestar espiritual” al que contribuyen la crisis que padece la familia y la falta de contención en los ambientes educativos.

De ahí que, para conseguir detener y comenzar a reducir ese consumo masivo de drogas prohibidas es preciso querer, saber y poder actuar sobre las complejas y profundas causas que llevaron al estallido de esa verdadera epidemia, generadora de un amplio mercado que enriquece a quienes se organizaron para abastecerlo de la dosis diaria de muerte en cuotas.

Excede el espacio de esta nota analizar a fondo la etiología de esta severa enfermedad socio-cultural, pero sí vale recordar la respuesta que daban los obispos a la pregunta sobre las causas de la expansión de las drogas en su ya citado documento de noviembre de 2007, al aludir al “vacío existencial que produce el contexto consumista y hedonista en el que vivimos. Nuestra sociedad ha distorsionado el sentido de la vida y los valores en el que “ser más” ha dado paso a “tener más”.

Añadían que “los jóvenes se sienten sin raíces, obligados a afrontar un presente fugaz y un futuro incierto. Se suma a esto que muchas veces no encuentran adultos disponibles para la escucha y la comprensión. De tal forma, que la drogadicción no es sólo un problema de sustancias, sino más bien de cultura, valores, conductas y opciones. Es expresión de un malestar profundo que algunos llaman vacío existencial. Así pues, para una cantidad creciente de jóvenes, se afianza la convicción que vivir no tiene sentido, no vale la pena. Más de una vez, hemos escuchado decir a jóvenes en situación de riesgo: “yo ya estoy jugado”; para ellos, felicidad, libertad, amor, son sólo palabras huecas, tan vacías como sus bolsillos o estómagos. Padecen la “vida deshonrada”, en una sociedad inhóspita e indiferente, y muchas veces sin una contención de sus hogares y familias”.

Por lo demás, así como en la década de 1960 la conquista del espacio y el desarrollo de los medios de información y los sistemas de comunicación comenzaron a borrar “fronteras exteriores” que separaron a los hombres durante siglos, fue también a partir de entonces que ganó lugar la intención de traspasar las que podrían llamarse “fronteras interiores” en la búsqueda de una “nueva conciencia” que apeló, entre otros instrumentos, al uso de drogas. Un período en el que muchos enarbolaron la consigna “sexo, droga y rock and roll”.

Desde entonces y sobre todo después de la década de 1980, con el eclipse de las ideologías -en especial el marxismo- que habían dotado de sentido a la vida de multitudes durante buena parte del siglo XX, se expandió en el ethos cultural el hedonismo o la búsqueda del placer como modo de vida y la justificación de la satisfacción del impulso como modo de conducta, que obró sobre la crisis del sistema moral basado en la cultura del trabajo.

Los efectos de esa crisis son graves dado que el trabajo tiene una dimensión ontológica ya que es en él y por él que llegamos a ser personas y a serlo de un modo específico, individual y único; una dimensión gnoseológica ya que en y por el trabajo adquirimos conocimiento de la naturaleza y de las cosas, del tiempo y del espacio, de los otros hombres, de nosotros mismos y de Dios y tiene una dimensión política, ya que organiza y fundamenta la vida social que nos lleva a ser sujetos políticos.

Por lo demás, si se acepta que la cultura es la manera de pensar, sentir, trabajar, organizarse, celebrar y compartir la vida que asumen las personas en cada comunidad y que define la identidad propia de esa comunidad, cabe convenir en que la magnitud que alcanzó el consumo de drogas aquí y en el mundo da cuenta de una enfermedad cultural, expresada en el páramo axiológico y el vacío de sentido que signan la cultura de la globalización.

Esa enfermedad de la cultura debilita la convivencia que establecen las personas para regular la vida en común a través de las instituciones del estado y las organizaciones libres del pueblo y deteriora los vínculos interpersonales de pareja, familia (en especial materno/paterno – filiales) y amistad, que son su sustento.

Las nuevas generaciones, sometidas al bombardeo de la televisión y su circuito que reduce la comunicación interpersonal y la sustituye con un mensaje unilineal entre televisor y televidente, van empobreciendo su lenguaje por la creciente falta de ejercicio del diálogo con otras personas y vale recordar que la etimología de “a-dicto” remite “al que no dice”.

A propósito de ello, un componente útil y necesario para limitar y reducir la dimensión de la adicción a las drogas entre nosotros es avanzar hacia una cultura del encuentro, objetivo central de la Xª Jornada de Pastoral Social de la Arquidiócesis de Buenos Aires que conduce el padre Carlos Accaputo.

Objetivo inspirado en las palabras y la acción del cardenal Jorge Bergoglio, hoy papa Francisco, quien planteara que “para refundar los vínculos sociales debemos apelar a la ética de la solidaridad y generar una cultura del encuentro. Y hay que instaurar en todos los ámbitos un espacio de diálogo serio y conducente, no meramente formal o distractivo”.

Avanzar en esa cultura del encuentro puede ayudar a limitar y reducir el consumo de drogas en nuestro país y establecer un amplio acuerdo para “promover la cultura de la vida, fundada en la dignidad trascendente de toda persona humana, llamada a ser feliz y a vivir libre de toda esclavitud, cuanto más de estos falsos paraísos de la droga”.

Ello implica diseñar y aplicar una política de Estado que cuente con un extenso y explícito consenso y acompañamiento social, orientada a la defensa de la familia, del trabajo y de los valores, que sea capaz de restaurar en todos nuestros compatriotas y en especial en los jóvenes, el sentido trascendente de la vida.

Se trata de afrontar la difusión de lo que Alberto Methol Ferré, nuestro compañero y compatriota de la margen oriental del Plata, llamaba “ateísmo libertino” y del que decía que, “en regímenes democráticos, desmoviliza al demos de una manera característica: lo distorsiona transformándolo en reivindicación, ante todo, del placer. El hedonismo, en su límite, se desentiende del otro; es la multitud de los solos”.

A la vez corresponde asumir la dimensión epidémica que alcanzó la drogadicción entre nosotros y abordarla como la emergencia sanitaria que ya es, lo que demanda que el Estado en todos sus niveles y las organizaciones libres del pueblo que puedan hacerlo (por caso, las obras sociales), diseñen y apliquen planes, programas y centros de atención y tratamiento adecuados y accesibles para todos los adictos, muchos de los cuales, con gran esfuerzo y apelando a diversas ayudas, podrán recuperarse y a la vez, como bien lo señala el citado documento episcopal, “despejar la falsa ilusión de que de la adicción se entra y se sale fácilmente”.

El eslabón final del lavado de dinero

Al eslabón final de la cadena de negocios del narcotráfico, que es el lavado del dinero que genera, puede aplicarse la expresión inglesa “last but not least” (“último, pero no menos importante”), dado que el objetivo esencial de quienes dirigen las organizaciones dedicadas a ese comercio criminal es ganar dinero y poder usarlo a su voluntad y sin riesgos.

Perón decía que el bolsillo es la víscera más sensible de los hombres de negocios y en el caso de los que se dedican a este negocio es su única víscera sensible, por lo que golpearlos en ella mediante la prevención, control y represión del lavado del dinero negro que obtienen es atacarlos es su flanco principal.

No es este el lugar para tratar en detalle las debilidades y vacíos de nuestra legislación en esta materia y sobre todo de su aplicación. Diremos sí que en nuestra economía el peso del sector “informal” es y siempre fue muy alto lo que configura un obstáculo estructural para la lucha contra el lavado.

Pero por encima de ello, en este como en casi todos los campos, la proximidad relativa con el problema facilita la solución. De ahí que consideremos plausible que se analice la perspectiva de descentralizar la hoy centralizada Unidad de Inteligencia Financiera (UIF), que es el organismo específico para reunir la información y realizar la inteligencia sobre esta cuestión, mediante su federalización a través de la creación de “UIFs” en cada provincia y de la constitución de un Consejo Federal en la UIF nacional, en el que esos organismos provinciales estén representados.

A Dios orando y con el mazo dando

Con el refrán popular que elegimos para este último subtítulo aludimos al gesto propuesto por la Conferencia Episcopal Argentina el pasado 11 de noviembre, que convoca “a todos los que comparten nuestra Fe y a los hombres y mujeres de buena voluntad, a una jornada de ayuno y oración, pidiendo a Dios Padre que mueva y sostenga los corazones y las voluntades de quienes tienen en sus manos la responsabilidad de los recursos de la Ley, para frenar la perversa y devastadora fuerza de las drogas. Rogaremos también por la construcción de una cultura del encuentro y la solidaridad, como base de una revolución moral que sostenga una vida más digna”, y por la conversión de los narcotraficantes”.

La iniciativa de los obispos, a la que adherimos, es que “el 7 de diciembre, primer sábado de Adviento, en las diócesis del país, en las catedrales y santuarios, en las parroquias y capillas, se celebrará la Santa Misa por esta intención, recordando especialmente a los enfermos, a sus familiares y a los fallecidos por causa de este flagelo”.

Como parte del pueblo que somos, creemos en el poder de la oración ya que, como nos enseñó Perón, “hay una razón superior en el deseo popular” y esa razón superior está presente en los deseos que contienen nuestros rezos y expresan nuestra religiosidad. De ahí que, en tanto laicos que integramos el Pueblo de Dios que es la Iglesia, adherimos y participaremos en la Jornada del sábado 7 de diciembre.

A la vez, en tanto peronistas comprometidos con nuestra Patria, quisimos aportar con este texto al encuentro de unas políticas de Estado compartidas por la sociedad que participe en ellas para defender entre nosotros a la cultura de la vida frente a la cultura de la muerte que tiene una de sus expresiones en el narco-negocio.


Víctor E. Lapegna