jueves, 5 de septiembre de 2013

LOS CURSOS DE CULTURA CATÓLICA EN LA FILOSOFÍA ARGENTINA

              

                Alberto Buela (*)

Nos mueve a escribir algo sobre los Cursos de cultura católica, en adelante CCC, el silencio que se ha extendido sobre ellos durante casi cien años y el desencanto que nos produjo la conversación con la presidente de sociedad tomista argentina, al poder comprobar que del asunto no sabía casi nada. Es más, ante nuestra invitación a realizar un reportaje televisivo sobre el desarrollo del tomismo durante el siglo XX, se negó diciendo que no conocía el tema.
Como dijimos no hay casi nada escrito sobre los CCC y lo poco que hay es más confesional que filosófico.

Entre 1910 y 1920 funcionó en Buenos Aires una universidad católica, sobre todo como facultad de derecho, pero ante la indiferencia social y la negación por parte de las autoridades gubernamentales a reconocer sus títulos, tuvo que cerrar las puertas. Su mentor ideológico fue monseñor Gustavo Franceschi,  un buen conocedor de la filosofía tomista y futuro creador de la revista Criterio, fundada en 1928, de la que se hizo cargo en 1932.

En 1922 un grupo de jóvenes funda los CCC.  Su primera Comisión Directiva, que se reunió en el local de Alsina 553, estaba formada por Tomás Casares, César Pico, Faustino Legón, Octavio Pico Estrada, Eduardo Saubidet, Juan Bordieu y Uriel O´Farell. Participaron asiduamente Atilio Dell Oro Maini y el poeta Osvaldo Horacio Dondo, Manuel Ordoñez, Carlos Sanz. Todos ellos hombres provenientes del derecho. Con posterioridad se sumaron para hacer filosofía y teología cuatro sacerdotes: Derisi, Sepich, Meinvielle y Castellani y un filósofo strito sensu, el cordobés Nimio de Anquín.
En los Cursos, se dictaron clases y seminarios de filosofía, teología, sagradas escrituras y, además, se promovió una peña de creadores y hombres de letras a la que llamaron “Convivio” y que agrupó a muchos artistas. Allí encontramos a Leopoldo Marechal. Leonardo Castellani. Ignacio Anzoátegui, Francisco Luis Bernárdez. Luego se fundó el taller de pintura y xilografía “San Cristóbal”. De la actividad de este mismo grupo, también surgieron varias publicaciones: La Hoja Informativa, las revistas Criterio, Ortodoxia, Sol y Luna y numerosas colecciones de libros.

La revista Criterio quería ser como su nombre lo indica una medida crítica de los problemas actuales. Su primer director fue Dell¨Oro Maini, a quien sucedió monseñor Franceschi. La revista Ortodoxia donde escribió lo más granado del pensamiento católico argentino, Juan Sepich. Julio Meinvielle, Nimio de Anquín, Tomás Casáres, Leonardo Castellani, Octavio Derisi, Héctor LLambías,  y pensadores extranjeros como Reginaldo Garrigou Lagrange(1928)   y Jacques Maritain(1926). Marie Stanislas Gillet del Instituto católico de Paris. El brasilero Tristán de Athayde. Un filólogo de la altura del helenista  Schlesinger, eximio traductor de la Poética de Aristóteles y largos años profesor de griego en la UBA.
 La revista Convivio como encuentro de artistas y poetas católicos. Su director fue César Pico.
La revista Sol y Luna dirigida por el publicista Juan Carlos Goyeneche que se ocupaba de temas políticos y metapolíticos.

En 1937 los CCC fundan la Escuela de filosofía en donde se destacaron entre los primeros alumnos  Mario Amadeo, José María Estrada, Juan Carlos Goyeneche, Aberardo Rossi, Benito Raffo Magnasco, Gastón Terám, Juan Casaubón, Máximo Etchecopar, Francisco Trusso, Arturo Sampay. Su dirección estuvo a cargo de Juan Sepich. A aquellos cursos de filosofía concurría un público de cien alumnos. Se realizó hasta 1950, con algunas intermitencias, una ponderable labor docente. Labor que se extendió a otras provincias: en Córdoba con la tarea de Nimio de Anquín, Martínez Villada y Martínez Espinosa (gran conocedor de Guénon). En Buenos Aires-La Plata Emiliano Max Donalgh y el eximio Eilhard Schlesinger; y a Tucumán, con Sisto Terán.

En el orden estrictamente filosófico la tarea de Sepich, de Anquín y Meinvielle en los CCC fue de un nivel superior tanto por su propia enjundia filosófica reconocida internacionalmente, como por la originalidad de sus planteos.
Así, por ejemplo, Sepich sostiene como un nuevo Lugones: "El país nunca tuvo aristocracia. España puso su interés y su atención en Lima, México y Centro América. Nos tuvo abandonados. No nos vio ni nos consideró. El país se ha ido haciendo solo, haciéndose con su gente y su tierra".
De Anquín sostuvo: “quien filosofe genuinamente como americano, no tiene otra salida que el pensamiento elemental dirigido al ser objetivo existencial. Y este pre socratismo americano será, al cabo, una contribución efectiva a la recuperación del sentido greco-medieval del ser”.
Y Meinvielle afirmó: “Estas dos concepciones determinan dos culturas diametralmente opuestas: la una, la católica, que es esencialmente contemplativa y en la cual el hombre, en el perfeccionamiento de sus facultades, tiende a contemplar a Dios y a sus obras: la otra, la cultura moderna, esencialmente mágica, operativa y fabricativa, y en la cual el hombre ejerce una acción predominantemente transitiva y transformadora, buscando la utilidad práctica de las cosas”.

La consecución filosófica de estos tres autores ha sido disímil.  Sepich, quien desarrolló toda su tarea en la Universidad de Cuyo, encontró allí dos continuadores de diferente valía: Edgardo Albizu quien con su jerigonza ininteligible hace tiempo que viene queriendo escudriñar el tiempo, perdiendo el tiempo y haciéndoselo perder a sus seguidoras y Massini Correas quien ha trabajado sobre filosofía del derecho desde una perspectiva escolástica.

De Anquín, quien es el genuino y verdadero padre del pensamiento desde América, que fue instrumentado falsamente por Roig, Dussel y cía, quienes como el zorro en el monte con la cola borraron sus huellas, pero que tuvo sus mejores continuadores en Chaparro, Maresca y nosotros mismos.

Y Meinvielle, quien fue continuado más por algunos curas y abogados que por auténticos pensadores. Lo lamentable es que ninguno de estos “meinviellistas” logró, como ocurrió con él, darle funcionalidad política a las ideas.
Para colmo, Meinvielle a diferencia de Sepich y de Anquín, nunca enseñó en la universidad y por lo tanto no ha sido académicamente reconocido como un pensador.
Pero, por el contrario, el cura de Versailles, fue de los tres el único que conmovió a la inteligencia europea de su época con su polémica con Jacques Maritain sobre la relación entre la persona y la ciudad y la nueva Cristiandad. En 1981, cuarenta y cinco años después, el sucesor de Emmanuel Levinas en la cátedra de metafísica de la Sorbona, el filósofo Pierre Boutang, considerado por Gabriel Marcel como el autor del máximo tratado de metafísica de la segunda mitad del siglo XX – Ontologie du secret (1972)- nos dijo a nosotros: Meinvielle es una de las mejores cabezas teológico-filosóficas que ha dado Francia en este siglo. Claro para él, el cura no era argentino sino francés por el ius sanguinis y no por el ius solis que rige para nosotros en América.

Las consecuencias prácticas de los CCC las encontramos en 1948 cuando el padre Julio Meinvielle funda la Sociedad tomista de filosofía y, diez años después, monseñor Octavio Derisi, quien también participó activamente en los CCC, fundó la Universidad Católica Argentina.
Si bien los CCC se extienden desde 1922 al 1950, tienen su acmé, su flourit entre los años 1928 a 1945, que viene a coincidir, en parte, con los mejores años de la actividad filosófica en Argentina, que fueron expresión de las generaciones del 25 y de 1940, las pródigas en producción e inventiva. Toda esta gran creatividad tiene su partida de defunción en la intervención universitaria que los hermanos Romero (José Luis y Francisco) a partir de 1955, con motivo del golpe de Estado que derroca a Perón y, que realizó la mayor y más nefasta expulsión y persecución de filósofos de la universidad: Pró, Astrada, Guerrero, Virasoro, de Anquín, Cossio, Castellani y tantos otros.

Los CCC no fueron valorados en su justa medida por dos motivos convergentes: el odio a todo lo católico por parte del laicismo que se instaló en los aparatos del Estado y, sobretodo, en la universidad a partir del rectorado de Risieri Frondizi (que dicho sea de paso, su tesis es un plagio de un trabajo de Gilson), y por la incapacidad y la falta de enjundia intelectual de los que se dijeron y se dicen intelectuales católicos, que como la mencionada presidenta, no estudiaron ni valoraron a sus propios autores.


(*) arkegueta, aprendiz constante, mejor que filósofo
buela.alberto@gmail.com
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