martes, 28 de mayo de 2013

NOSOTROS Y LA ALIANZA DEL PACÍFICO



Alberto Asseff*

Hace unos días se volvió a reunir en Cali la Alianza del Pacífico, originalmente integrada por México, Colombia, Perú y Chile y a la que es inminente que ingresen Costa Rica, Guatemala y Panamá. Llamativamente, estuvieron como observadores Canadá – a través de su primer ministro, nada menos -, España, Australia, Nueva Zelanda, Japón y…Uruguay.

Es sabido que si fuera por su voluntad, Uruguay se mudaría de vecindario. Tiene una incomodidad histórica y genética que lo acompañará toda su existencia. Habría que escribir algunos apuntes al respecto, pero será para otra ocasión. Lo cierto es que Uruguay se atrevió a ir como observador y los anfitriones lo recibieron con placer geopolítico.
¿Qué se proponen los aliados del Pacífico? Objetivos tan osados como simples: el mundo tiene su “nuevo Mediterráneo” y es el inmenso océano Pacífico. En sus riberas viven casi los dos tercios de la humanidad y emergen las economías más poderosas, desde la china, japonesa e hindú hasta las sólidas de Australia y Nueva Zelanda, pasando por las ascendentes de Corea, Vietnam, Thailandia, Singapur, entre otras, incluyendo a nuestra prima lejana, las Filipinas. Consecuentemente, en esa enorme cuenca está el futuro que ya se está presentando en el escenario. La inferencia surge nítida: aliémonos para ir al encuentro del porvenir.

En el sustento de la Alianza del Pacífico se halla un concepto propio de la modernidad: la economía de la prosperidad no se forja con brigadas juveniles ni obreros armados “cuidando” los precios de las góndolas, sino trabajando con mucha libertad, creatividad, iniciativa y búsqueda constante de la productividad (con iguales insumos mejores resultados).
Los aliados del oeste americano apuestan al ahorro e inversión y a libertad desechando que el pesado pie y la no menos aplastante mano del Estado segue impulsos y estímulos para generar riqueza y ensanchar la actividad.
Todos somos conscientes que nadie cree que el Estado deba irse a casa y ausentarse del escenario socio-económico. Su rol de control es irrenunciable y su condición de equilibrador de las relaciones sociales e individuales es esencial. Pero esa alta función requiere mucha sabiduría y aptitud de gestión basadas en la inspiración del bien común.
Me detengo un renglón en estas dos palabras, bien común. Han desaparecido con presunción de fallecimiento. Sólo falta extenderle el certificado de defunción. Mientras no renazca el ideal de bien común como musa de los dirigentes, jamás tendremos los anhelados resultados de un país rico que distribuye prosperidad en el marco de una sostenida esperanza colectiva e individual.
Nosotros nacimos primigeniamente del Pacífico, sea por la corriente proveniente del Perú o por la de Chile. La veta atlántica fue casi secundaria.

En Río Turbio estamos a 10 km del Pacífico. Allí se encuentra Puerto Natales, con el majestuoso Paine al oeste. La cordillera de los Andes que acordamos en 1881 nos delimitaría con Chile está dentro del territorio de nuestro vecino. El deslinde es aquende los Andres, no allende. El capitán, explorador y gobernador de Santa Cruz – 1884-1887 – , el mendocino Carlos María Moyano, enarboló la bandera argentina allí, con las Torres del Paine como testigos. En 1893 nos retiramos de esa área en aras de la amistad con Chile, pero eso no nos transformó en ajenos del Pacífico, al que seguimos olfateándolo, pues sus brisas llegan a nuestra tierra. Inclusive, Ushuaia se ubica al oeste del meridiano del cabo de Hornos y por ende está geográficamente en el Pacífico.

El recuerdo sirve para contextualizar y actualizar el vínculo de la Argentina y el Pacífico. Nunca viene de más un poco de antecedentes y remembranzas.
Según los titulares de algunos diarios extranjeros “la Alianza del Pacífico se afianza como el nuevo motor latinoamericano”, sin disimular que el Mercosur declina ¡Vaya novedad!
Es harto inconveniente replantear falsos dilemas. No se puede caer en la trampa de Atlántico versus Pacífico ni tampoco en la añagaza de Estado o Libertad económica. Nuestra América pertenece a ambos océanos y es una sola. Precisamente su destino la enlaza con todos los escenarios y junto con África son los dos continentes convocados a emerger en este mundo mutante y de oportunidades. No es tiempo de envejecidas antinomias ni de rivalidades gastadas. Es hora de articulaciones. Por eso, la Argentina y Brasil debemos rápidamente sentarnos en la Alianza del Pacífico como observadores. Sería un primer paso y además correlato de Chile como socio no miembro del Mercosur.
La disyuntiva estatismo o privatismo es tan falaz que no amerita detenerse. Basta ver cómo China sigue apartando gradualmente al Estado para incrementar el protagonismo del pueblo y sus emprendimientos, para entender que es una redonda falsedad.
Se tiene que subrayar un punto: los tratados de libre comercio no son todo. Son condición necesaria, pero no suficiente para promover el desarrollo. Se requiere una integración industrial activa y vínculos viales y ferroviarios que nos posibiliten intercomunicarnos. Y como decía el otro día el embajador de Brasil en Buenos Aires – pronto a retirarse – “debemos ir construyendo la ciudadanía común a partir de los lazos culturales y políticos”.
A esta altura de la evolución resulta inconcebible que no tengamos un acuerdo sobre el relato de la historia común – algo que tributaría al entendimiento – o que aún estemos celebrando convenios para reconocer la validez de los títulos universitarios. Hace 120 años que centroamericanos y sudamericanos estudian en Córdoba, La Plata o Buenos Aires y todavía no tenemos acordado, en algunos casos, el reconocimiento de los diplomas. Estamos a contrapelo del mandato de un mundo que se vertebra en bloques, no tanto para rivalizar, sino para incentivar la creación de bienes y empleos- que implican educación y formación -, único modo conocido para desterrar la pobreza.

*Diputado nacional por UNIR, integrante de Compromiso Federal

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