domingo, 10 de marzo de 2013

DROGA


Una estructura con forma de espiral para asegurar el tráfico

Es una estructura de vigilancia sincronizada. Podría imaginársela con forma de espiral y engloba varias manzanas protegidas. Dentro de ella hay una red de adolescentes, los “soldaditos del paco”. Ellos son los que en los barrios se encargan de vigilar para que nada impida ni obstaculice la comercialización de la droga. Están atentos a la llegada de policías, avisan de operativos, de autos extraños o de gente que no acostumbran a ver.

Saben quiénes entran y quiénes salen. Quiénes quieren comprar y quiénes espiar.

Los vecinos del barrio Lamadrid llaman “soldaditos” a esos chicos que no pasan los 16 años y que son captados por los “transas” para hacer la vigilancia y el delivery.

La gente del barrio los conoce. Algunos se “disfrazan” o se enmascaran. Por ejemplo, hasta inventan un picado de fútbol entre unos pocos para disimular y lo único que hacen en realidad es estar atentos a todo lo que pasa en las calles; son, y se sienten, los dueños.

Los pibes no son desconocidos en el barrio e incluso sus familias saben lo que hacen, porque en muchos casos la estructura familiar también responde a esa estructura de soldaditos. Si uno de esos chicos se enferma, los padres cubren el puesto con otro de sus hijos.

Pero la cadena no se rompe.

El fundamento es fácil de entender. “En muchos casos esos dealers que manejan a los chicos se convierten en una especie de Robin Hood de familias necesitadas. Llegan con cosas que el Estado no les da. Quizás un simple remedio cuando alguno de la familia se enferma; bolsones de comida cuando el jefe de familia está preso o desocupado; o cuando hay una madre soltera, que termina aportando su hijo a esta red. No es ni más ni menos que una estructura del narcotráfico asistiendo socialmente. Por eso se quedan, por eso se sostienen con esos chicos”, explica un investigador de narcotráfico.

Los “soldaditos” vigilan y reciben bolsitas con 20 gramos de paco para la venta y otros 5 para su consumo. Sus jefes les proveen teléfonos celulares y a veces hasta armas. “Se sienten poderosos, se creen que son los capangas , eso les da un poder que de otra forma no tienen y con eso hasta se creen que pueden ganarse chicas y ser respetados ”, contó una asistente social que conoce a los chicos de Ingeniero Budge. Saben además que, si los llegan a detener, al ser inimputables vuelven rápido a la casa de sus padres. Y así la rueda vuelve a girar de la misma manera.

La espiral que forman estos chicos ocupa varias manzanas hasta llegar al lugar exacto del barrio donde distribuyen y venden el paco. Pero los vecinos admiten que para dominar los barrios “paqueros”, en algunos casos, los dealers hasta circunscriben parcelas: toman parte de terrenos de las casas, tiran abajo algunas construcciones si es necesario y forman pasillos o muros de ladrillos que conducen a sitios ocultos donde finalmente se comercializa.

La estructura es conocida pero la Policía advierte que no es tan fácil doblegarla. “Mutan todo el tiempo. La organización a veces es tan basta que cuando se llega al lugar no se encuentra nada. Para algunas investigaciones hubo agentes que se disfrazaron de basureros y así lograron filmar y obtener pruebas del negocio”, confió un investigador policial a Clarín.

Los “soldados” del paco también son el terror de los barrios. “La merca les quiebra la cabeza, son chicos que no ven otra posibilidad de llegar a algo, sienten que nacieron sin futuro. Y por eso la vida no vale mucho para ellos”, aseguran trabajadores sociales de Lomas de Zamora.

Según fuentes judiciales, estos chicos son capaces de matar por una discusión, por una cargada o para demostrar quién es el que domina el barrio, quién tiene la llave para entrar y también, para salir con vida de él.

Clarín, 10-3-13