domingo, 7 de octubre de 2012

GOBIERNO Y CLASE MEDIA




Jorge Edmundo Barbará*

“Hemos encontrado así dos cosas diferentes entre sí, que los guardianes deben impedir a toda costa que, sin ellos darse cuenta, se introduzcan en la ciudad.
–¿Cuáles son?
–La riqueza y la pobreza”.
La cita pertenece al libro IV de La República , de Platón.

Alertado por ese diálogo de su maestro y guiado por sus conocimientos de las más diversas formas de gobierno, Aristóteles sostuvo que la estabilidad de una república depende de la existencia de una sólida clase media: “La verdadera república, en que domina la clase media, es el gobierno más estable y el que se aproxima más al popular”, dice en La Política .
Es que las polarizaciones entre ricos y pobres no sólo son socialmente injustas y suponen una claudicación moral reprochable; también significan la imposibilidad de gestionar con éxito la cosa pública para quienes gobiernan.
Gobernar un Estado dividido en pobres y ricos no es gobernar un solo Estado, sino muchos estados dentro de un único territorio.

Los sistemas de valores, los derechos, las libertades, el respeto a la ley, la conciencia de la dependencia entre el individuo y la sociedad y la consecuente inhibición de los impulsos primarios, los estilos culturales, pueden llegar a ser tan diferentes que produzcan grietas insalvables entre unos y otros.
Una sociedad con tales tensiones y contrastes, con semejante heterogeneidad, resulta ingobernable, si por gobernar entendemos no el combate, sino los esfuerzos por armonizar intereses contrapuestos, con consenso de los diversos sectores.

Ahora bien, la pobreza estructural puede ocasionar el espejismo de un consenso, en la medida en que la necesidad motivada por la miseria sea sobornable a partir de una ayuda que se reciba y que se retribuya con un voto.
Aquí no estaríamos en presencia de una persona libre que elige entre alternativas, porque sus necesidades no dependen de un auxilio exterior, sino de una persona cuyas necesidades lo tornan dependiente de quien se las cubre y, para seguir cubriéndoselas, exigen lealtad o sometimiento.
En otras palabras, la pobreza extrema puede hacer aparecer como consenso aquello que en realidad es sumisión por soborno.
De allí que el propio Karl Marx advirtiera el peligro que entraña la extrema pobreza –el lumpenproletariado–, la cual resultaría siempre funcional al gobierno reaccionario.

No es, pues, una reflexión filosófica la que llevó a Aristóteles a asignar semejante rol a la clase media: la de ser condición y garante de la existencia de una república verdadera.
Es cierto que una clase alta que dispone de recursos económicos concentrados carece de límites si frente a ella sólo existe pobreza estructural, pues es de prever la captura del poder político en beneficio de sus propios intereses.
La clase media no sólo es un grupo intermedio entre ricos y pobres, sino la deseable posibilidad de que no existan sectores sociales cuyas condiciones de vida y sistemas de valores consecuentes sean irreconciliablemente diferentes y, con ello, sea imposible gobernar a partir del consenso y haya que hacerlo por la fuerza.

Cacerolazo. 
El reciente cacerolazo del 13 de septiembre fue un acto –o una multiplicidad de actos en diversas partes del país– protagonizado por la clase media argentina, clase que atrapa virtualmente a todo el espectro de quienes están en actividad laboral, en relación de dependencia o no, y de quienes se encuentran en estado de pasividad.
Es esa amplitud la que hace que una sólida clase media sea la que más se aproxima al gobierno popular, según vimos en Aristóteles.
Habla bien de la Argentina que exista una clase media extendida en todo el territorio nacional y que sea considerable, si pretendemos que la República exista y se mantenga.

Aquello que previsiblemente motivó a la clase media a manifestarse en los espacios públicos fue la identidad de intereses que la une. Al ver afectados esos intereses, todos se comportaron de manera semejante, aun cuando no existiera una organización con un fin determinado y una acción única en prosecución de ese fin.
La identidad de intereses que une a la clase media va mucho más allá del cepo al dólar y la inflación. Antes bien, son intereses de carácter cultural los que permiten señalar la pertenencia de una persona a ese grupo. Y entre los intereses de carácter cultural, los propiamente políticos se orientan en el sentido de verse –o no verse– reflejados en quienes se supone son sus representantes, ya sea en el Gobierno o en la oposición.

Es probable que los motivos que llevaron a la clase media al cacerolazo fueran una serie de actos y actitudes acumulados que provocaron la convicción de que los dirigentes políticos que la debían representar se encuentran afectados por dos severos problemas: 1) son incapaces para gobernar –confunden las instituciones con un mero medio de poder personal; 2) están viciados de corrupción estructural –desprecian los intereses colectivos en beneficio de intereses personales

Respuestas. 
Frente a esa convicción de la clase media, las respuestas del oficialismo y de la oposición no han sido felices.
El oficialismo, porque la ha descalificado como si fuera el “no pueblo”, confrontándola con un supuesto “pueblo” cuyos intereses serían contrarios o diferentes a los de aquel “no pueblo”, como si la interpretación monopólica de los sentimientos del “pueblo” correspondiera al actual Gobierno. Así se instala, desde el poder, una dualidad “pueblo-no pueblo” cuyas consecuencias pueden ser trágicas.

La oposición porque, si bien se ha arrogado, en sus diferentes variables, la interpretación del cacerolazo, no ha demostrado ninguna acción concreta tendiente a abandonar los egoísmos personales. Antes bien, cree que se le ofrece un caudal de votos significativo para ejercer eventualmente un poder que, debido a ese comportamiento mezquino, sin dudas le va a ser esquivo, a menos que cambie de manera confiable.
Sucede que la dirigencia política es vista por la clase media también como una “clase”, pero como una que detenta privilegios propios de una oligarquía cerrada que se eterniza en el disfrute inmerecido de las funciones y dignidades públicas. Todo lo cual es incompatible con una república cuya estabilidad le ha sido reconocida desde la antigüedad precisamente a la clase media.

* Profesor universitario, miembro de Esperanza Federal

La  Voz del Interior, 7-10-12