lunes, 4 de junio de 2012

EEUU MATA A CONTROL REMOTO




Por Javier Valenzuela
El País, de Madrid

 Barack Obama dirige personalmente la última de las guerras norteamericanas, una que no ha sido declarada y se libra en los territorios de Yemen, Somalía y Pakistán. No combaten en ella soldados estadounidenses de carne y hueso, su lugar lo ocupan unos pájaros metálicos con licencia para matar llamados drones. Son los Predator y Reaper, fabricados por General Atomics en California, y van armados con misiles Hellfire, producidos por Lockheed Martin en Alabama.
Los ataques estadounidenses con aviones no tripulados por un ser humano se multiplicaron en abril y mayo, confirmando el entusiasmo creciente de Obama por esta forma de combate, la primera verdaderamente propia del siglo 21. Es un combate sin cuartel, en el que bando más poderoso no arriesga a su gente, reemplazada por letales robots teledirigidos.

Ataques “preventivos”.
Objetivo de esos ataques son supuestos dirigentes y militantes de Al Qaeda y grupos yihadistas . Se trata de exterminarlos físicamente antes de que actúen, así que la guerra de los drones de Obama combina el carácter “preventivo” de las aventuras bélicas de George W. Bush con el derecho que siempre se ha otorgado Israel a efectuar ejecuciones extrajudiciales en cualquier parte del mundo.
Esta semana, Jo Becker y Scott Shane publicaron en The New York Times una extraordinaria información que detalla cómo Obama autoriza en persona quiénes serán los blancos de las acciones de los drones en Yemen, Somalía y Pakistán. Eso ocurre en unas reuniones del equipo antiterrorista de la Casa Blanca que se celebran semanalmente en la sala de crisis ( Situation Room ). En ellas se le presenta al presidente la lista de los condenados a muerte ( Kill List ) que han sido localizados, y éste, tras estudiarla caso por caso, da o no su luz verde.

El otro Guantánamo.
Obama ha encontrado en los drones el instrumento que le permite mostrarse duro y eficaz en la guerra contra Al Qaeda que declaró Bush tras el 11-S, a la par que evita muchos de los avisperos en los que se metió su predecesor, como relata Daniel Klaidman en un reciente libro. Obama, recuérdese, se opuso a la invasión de Irak y a los secuestros, torturas y campos de concentración como Guantánamo que caracterizaron la época de Bush. Con los Predator y Reaper sustituye esto último por ejecuciones. “Los drones”, escriben Becker y Shame, “han reemplazado a Guantánamo”.
No se toman prisioneros, no se arriesgan vidas norteamericanas y, el hecho de actuar con mando a distancia, anestesia la posible mala conciencia: ideal para Obama. En sus primeros tres años en la Casa Blanca, habría aprobado personalmente 268 ataques con drones, cinco veces más que en los ocho años de Bush, según informa Christopher Griffin en un reportaje publicado por Rolling Stone y titulado El ascenso de los drones asesinos: cómo Estados Unidos hace la guerra en secreto.
La guerra secreta de Obama, escribe Griffin, “supone la mayor ofensiva aérea no tripulada por seres humanos jamás realizada en la historia militar: nunca tan pocos habían matado a tantos por control remoto”.

Sin mancharse las manos.
Los drones son populares en Estados Unidos, así como lo es la política antiterrorista de Obama, que consiguió matar a Osama bin Laden, aunque fuera en una acción de comandos clásica. No obstante, minoritarios sectores defensores de la legalidad democrática y los derechos humanos le ponen reparos. La mano derecha en esta materia de Obama, John Brennan, un veterano de la CIA, es llamado el Zar de los Asesinos.
Para comenzar, estas ejecuciones son preventivas –antes de que se haya cometido el delito– y sumarias –sin el menor rastro de intervención judicial. Y ya han incluido, el pasado 30 de septiembre, en Yemen, a un ciudadano norteamericano, Anwar Al Awlaki, un predicador yihadista supuestamente vinculado a Al Qaeda.
“Este programa descansa en la legitimidad personal del presidente”, informan Becker y Shame. O sea, las ejecuciones a distancia son legales porque el presidente así lo decide.
Y luego está la cuestión de las eufemísticamente llamadas “bajas colaterales”. Algunos ataques con drones han causado decenas de muertes de civiles, incluidos mujeres y niños, como el que abatió en Yemen en diciembre de 2009 a Saleh Mohammed al-Anbouri. Las víctimas tuvieron que ser enterradas en fosas comunes porque sus cuerpos habían quedado despiezados e irreconocibles.

En salom.com, Jefferson Morley publicó un reportaje, El rostro de los daños colaterales , donde cuenta la historia de Fátima, una niña muerta en la noche del 21 de mayo de 2010 cuando una oleada de misiles Hellfire trituró un grupo de casas en una aldea montañosa del Waziristán del Norte, en la frontera entre Afganistán y Pakistán. La operación, dirigida y ejecutada por la CIA como todas las de este tipo, buscaba abatir a un egipcio llamado Yazid o Said al Masri, presunto dirigente de Al Qaeda. Pero Fátima no tenía nada que ver con él, sólo habitaba su aldea.
Sólo en Pakistán, los drones habrían matado a unas tres mil personas, un tercio de ellas eran civiles. En 2011, la fuerza aérea de Estados Unidos entrenó a más guías de drones (los tipos que los dirigen desde una base, armados con un joystick y sentados frente a una computadora) que a verdaderos pilotos de cazas y bombarderos.

La Voz del Interior, 4-6-12