lunes, 30 de abril de 2012

LAS IDEAS ESTÁN POR ENCIMA DE CUALQUIER INTERÉS




Por Dani Rodrik 

La teoría más aceptada acerca de la política es también la más simple: los poderosos obtienen lo que quieren. La regulación financiera es impuesta por los intereses de los bancos, la política de salud por los intereses de las compañías de seguros, y la política impositiva por los intereses de los ricos. Los que más pueden influir en el gobierno -a través de su control de recursos, información, acceso o simplemente la amenaza de violencia- eventualmente consiguen lo que quieren.

Y lo mismo a nivel global. La política exterior está determinada, se dice, en primer lugar por los intereses nacionales, no las afinidades con otras naciones o las preocupaciones por la comunidad global. En los regímenes autoritarios, las políticas son expresión directa de los intereses del gobernante y sus cómplices.

Es una narrativa convincente, que puede explicar fácilmente por qué la política genera resultados perversos tan a menudo. Sea en las democracias, las dictaduras o en la arena internacional, esos resultados reflejan la capacidad que tienen determinados intereses de lograr resultados que perjudican a la mayoría.

Pero esta explicación está lejos de ser completa y a menudo resulta engañosa. Los intereses no son fijos ni están predeterminados. Los mismos intereses están moldeados por ideas, creencias respecto de quiénes somos, lo que estamos tratando de lograr y cómo funciona el mundo. Nuestras percepciones de nuestros propios intereses están filtradas por la lente de ideas.

Pensemos en una firma que se debate, tratando de mejorar su situación competitiva. Una estrategia es despedir a algunos trabajadores y tercerizar la producción a lugares más baratos en Asia. Alternativamente, la firma puede invertir en capacitación y crear una fuerza laboral más productiva con mayor lealtad y así bajar los costos. Puede competir en base a precios o calidad.

El mero hecho de que los dueños de la firma defienden su propio interés nos dice poco respecto de cuál de estas estrategias seguirán. Lo que determina la opción de la firma es toda una serie de evaluaciones subjetivas de la probabilidad de que se den distintos escenarios.

Del mismo modo, imagine que usted es un gobernante despótico en un país pobre. ¿Cuál es la mejor manera de mantenerse en el poder y anular amenazas domésticas y extranjeras? ¿Construye una economía fuerte, orientada a las exportaciones? ¿O se vuelve hacia el interior y premia a sus amigos militares y otros cómplices, a expensas de todos los demás? Los gobernantes autoritarios de Asia oriental abrazaron la primera estrategia, sus contrapartes en Medio Oriente optaron por la segunda. Tenían concepciones diferentes de cuáles eran sus intereses.

Podríamos multiplicar tales ejemplos al infinito. ¿A la canciller alemana, Angela Merkel le sirve, en función de su éxito político interno, seguir imponiendo austeridad a Grecia, al costo de otra reestructuración de deuda en el futuro cercano, o le sirve más imponer condiciones más laxas, que podrían dar a Grecia la posibilidad de crecer y así alivianar su carga de deuda?

El hecho de que debatimos tales cuestiones sugiere que todos tenemos distintas concepciones de cuál es nuestro interés. Nuestros intereses en realidad son rehenes de nuestras ideas.

¿Entonces, de donde vienen esas ideas? Los políticos, al igual que todos los demás, son esclavos de la moda. Sus perspectivas respecto de lo que es posible y deseable son moldeadas por el zeitgeist , las "ideas en el aire". Esto significa que economistas y otros líderes del pensamiento pueden tener mucha influencia, para bien o mal.

John Maynard Keynes dijo una vez que "hasta el más práctico de los hombres de mundo suele estar dominado por las ideas de algún economista muerto hace mucho". Probablemente no lo dijo con todo el énfasis que debió hacerlo. Las ideas que han producido, por ejemplo, la liberalización sin límites y los excesos financieros de las últimas décadas emanaron de economistas que (en su mayoría) siguen vivos.

Luego de la crisis se puso de moda que los economistas despotricaran contra el poder de los grandes bancos. El medio regulatorio permitió que esos intereses obtuvieran inmensas ganancias con gran costo social porque los políticos están dominados por los intereses financieros. Pero este argumento olvida convenientemente el rol de legitimación que tuvieron los economistas mismos. Fueron los economistas y sus ideas los que hicieron que fuera respetable que los funcionarios y reguladores creyeran que lo que es bueno para Wall Street es bueno para todo el mundo.

A los economistas les encantan las teorías que ubican los intereses especiales organizados como la raíz de todos los males políticos. En el mundo real no pueden librarse tan fácilmente de la responsabilidad por las malas ideas que tan a menudo han generado. Uno debe hacerse responsable de la influencia que tiene.

La Nación, 29-4-12