domingo, 23 de mayo de 2010

EL SALTO QUE CUESTA DAR


Néstor O. Scibona

La Argentina podría celebrar mucho más que el Bicentenario, si se dedicara a buscar consensos para proyectar el futuro con el mismo empeño con que suele revolver los disensos del pasado. También si buena parte de su dirigencia abandonara su propensión a conseguir resultados inmediatos para imaginar el largo plazo, aunque quizá no llegue a verlo. Por ahora esto no es más que una expresión de deseos. De ahí que la actual agenda política y económica del país no se extienda más que algunos meses; sólo los necesarios para llegar a las elecciones presidenciales de 2011. Lo que ocurra después ya ingresa en el territorio de las incógnitas.

El absurdo clima de confrontación que en los últimos años instaló el kirchnerismo, al catalogar sistemáticamente como enemigos a quienes no sean aliados incondicionales, claramente no ayuda a dar aquel salto de calidad política e institucional. En su estrecha lógica, todos los aciertos le corresponden al Poder Ejecutivo; los problemas son culpa de los demás, o no existen aunque se los vea.

Esta concepción del poder que reniega de la política también afecta a la economía. Por lo pronto, en la Argentina nadie sabe bien dónde está parado desde que el Gobierno desmanteló el Indec, sólo para no admitir que la inflación es entre dos y tres veces más alta. Pero la realidad es más fuerte y sólo en apariencia el camuflaje estadístico lo relevaría de reconocer y atacar el problema. Más que arbitrar conflictos, la inflación los realimenta. Desde 2006 se ha venido acelerando todos los años y sólo hubo una pausa a raíz de la recesión de 2009, que el Indec tampoco registró en sus indicadores de actividad. Si la inflación fuera actualmente de 10% anual, no se explica por qué el mismo gobierno que defiende este dato convalida a la vez ajustes salariales superiores a 30%. Y la ausencia de una política para bajarla hace que empresarios y asalariados busquen cubrirse, como lo hacían hace décadas, a costa de quienes no tienen la misma capacidad de presión, como jubilados, desocupados y trabajadores precarizados o en negro. La desigualdad social que genera esta puja distributiva no puede atenuarse con la asignación por hijo, los subsidios o los planes sociales, si a la vez no se frena la inflación. La Argentina ha vuelto a tropezar deliberadamente con la misma piedra, guiada por un gobierno que reivindica políticas del pasado inflacionario y no tiene una estrategia para evitarla.

La política de estimular la demanda por encima de lo que puede crecer la oferta a costa de una inflación más alta complica la agenda económica. Si bien es defendida por el Gobierno con el argumento de que así fogonea el crecimiento del PBI y se beneficia con el aumento de la recaudación impositiva, hay que asomarse a la región para comprobar que se trata de un sofisma. Según un informe del Estudio Broda, en los últimos nueve meses, el PBI de la Argentina creció a una tasa trimestral anualizada de 7,7%, detrás de Perú (9,7%), Uruguay (8%) y Brasil (7,8%). La diferencia es que estos tres últimos países tienen una inflación anual promedio inferior a 6 por ciento.

Como la teoría y la práctica indican que los procesos de alto crecimiento con alta inflación tienen tarde o temprano un punto de inflexión (que en el caso de la Argentina puede dilatarse mientras se mantenga un alto superávit comercial, apuntalado este año por la cosecha récord de soja) lo que aumenta a futuro es la incertidumbre, que frena inversiones. Lo refleja otro estudio, de SEL Consultores, que mide expectativas empresariales. Si bien 70% de los consultados considera que sus negocios mejoraron este año, 44% prevé mantener sin cambios sus inversiones; 22% reducirlas y 34% aumentarlas, aunque las destinadas a nuevas plantas apenas llegan a 18%. En el ranking de preocupaciones, las más mencionadas son la inflación (62%); los conflictos políticos y la baja calidad institucional (61%), y la inseguridad jurídica (39%).

Otro termómetro de la desconfianza es que quienes tienen capacidad de ahorro lo hacen en el exterior o fuera del circuito financiero. Un problema casi crónico que se agudizó en los dos últimos años con la salida de otros 45.000 millones por fuga de capitales. En otro contexto podrían haber engrosado las reservas del Banco Central, parte de las cuales ahora se utilizan para financiar al Tesoro. El blanqueo del año pasado, pese a sus extraordinarios beneficios para invertir, sólo permitió repatriar menos de 10%. Probablemente más fondos hayan salido de colchones y cajas de seguridad en los últimos meses, con el dólar casi planchado, para comprar autos, televisores o electrodomésticos y cubrirse de futuros aumentos de precios.

Políticas de Estado
Un antídoto para la desconfianza serían políticas de Estado con amplio consenso político. Resulta desconcertante que un gobierno como el del matrimonio K, que hace apología de la intervención del Estado en la economía, no haya buscado acuerdos con partidos opositores que incluso lo acompañaron en medidas controvertidas (como la estatización de las AFJP o de la deficitaria Aerolíneas Argentinas) sin preocuparse por las consecuencias a largo plazo. Y más aún cuando las pocas políticas instrumentadas están dando resultados promisorios, como ocurre con la promoción de las industrias de software o de biocombustibles, o la ley de seguridad vial. La contracara es la ley de responsabilidad fiscal, que en 2009 fue suspendida por dos años -hasta las elecciones- con apoyo del oficialismo y la oposición. En cambio, la falta de políticas estables ha hecho derrumbar la producción ganadera y de gas natural, mientras se estancan la producción y las reservas de petróleo. En estos sectores, la (anti) política fue estimular la demanda con subsidios y desalentar inversiones para aumentar la oferta.

Un párrafo aparte merece la ley de educación, donde hasta ahora se ha privilegiado la cantidad a la calidad del gasto y lo que queda por cumplir (doble escolaridad, secundaria obligatoria) es más importante que lo que se hizo. Aquí las pruebas comparativas de estudiantes argentinos con los de otros países salieron de escena, quizá por la reciente tradición de hacer desaparecer las estadísticas que miden los problemas difíciles de resolver.

Aun así muchos empresarios, locales y extranjeros, consideran al potencial de la Argentina un resorte apretado que, con planes estratégicos y reglas estables, podría dar un salto enorme en las próximas décadas. No es lo mismo que acumular gastos y obras públicas a granel, con la caja monopolizada por la Casa Rosada. Tal vez la coincidencia del Bicentenario y el próximo Mundial de fútbol podría servir no sólo para alentar a la Argentina, sino también para tomar conciencia de que en los rankings internacionales de competitividad, inversiones y clima de negocios, se ubica invariablemente de la mitad de la tabla para abajo. Un dato que no parece preocupar a un país que no tolera las derrotas y prefiere los pantalones cortos a los largos.

La Nación, 23-5-10