lunes, 23 de febrero de 2009

La erradicación de la pobreza y la doctrina social de la Iglesia

Conferencia del Cardenal Renato Raffaele Martino

Guadalajara, España, 20 de febrero de 2009

Saludo con aprecio al Excelentísimo Señor D. José Sánchez González, Obispo de Sigüenza-Guadalajara, a la Señora Doña Pilar Simón Romero, Presidenta diocesana de Manos Unidas, y a todos los aquí presentes. Expreso mi agradecimiento por su cordial invitación para participar en los actos de la 50ª Campaña contra el hambre en el mundo, organizada por esta benemérita Institución católica.

Queridos hermanos y hermanas:

Respondiendo a la invitación antes mencionada, con gusto deseo compartirles algunas reflexiones sobre el argumento que se me propuso: «La erradicación de la pobreza extrema y la doctrina social de la Iglesia».
En primer lugar, deseo referirme brevemente a la identidad de la doctrina social de la Iglesia, una doctrina con frecuencia ignorada, desconocida, incluso en ocasiones menospreciada. Existen muchos documentos –en primer lugar las encíclicas sociales– que nos pueden ayudar a conocer, comprender y practicar los principios de este corpus doctrinal. No pierdo la ocasión para seguir recomendando la lectura y reflexión del Compendio de la doctrina social de la Iglesia, ya que este importante documento eclesial brinda un cuadro completo de las líneas fundamentales de la enseñanza social católica, presentando, «de manera completa y sistemática, aunque de forma sintética, la doctrina social, que es fruto de la sabia reflexión del Magisterio y expresión del compromiso constante de la Iglesia, en fidelidad a la gracia de la salvación de Cristo y en amorosa solicitud por el destino de la humanidad»[1].
Para todos los hombres y mujeres de la Iglesia que, en el corazón del mundo, se empeñan en construir estructuras más dignas de la persona humana, es necesario que cuenten entre sus instrumentos con la doctrina social, porque el objeto de esta doctrina «es y será siempre la dignidad sagrada del hombre, imagen de Dios, y la tutela de sus derechos inalienables; su finalidad, la realización de la justicia entendida como promoción y liberación integral de la persona humana en su dimensión terrena y trascendente; su fundamento, la verdad sobre la misma naturaleza humana, verdad comprendida por la razón e iluminada por la Revelación, su fuerza propulsora, el amor como precepto evangélico y norma de acción. [Porque] la Iglesia, forjadora de fina concepción siempre actual y fecunda de la vida social, al desarrollar […] su enseñanza social, de naturaleza religiosa y moral, no se limita a ofrecer principios de reflexión, orientaciones, directrices, constataciones o llamadas, sino que presenta también normas de juicio y directrices para la acción que cada uno de los católicos está llamado a poner en la base de su prudente experiencia, para traducirla luego concretamente en categorías operativas de colaboración y de compromiso»[2].
Así pues, la razón de fondo por la cual la doctrina social de la Iglesia debe ser un punto de referencia irrenunciable para el trabajo de Manos Unidas, es que toda la verdad sobre el hombre que conocemos por la revelación, se encuentra presente en esta doctrina. La luz de la verdad del hombre, creado por Dios y redimido por Cristo, es una respuesta a una de las mayores debilidades de la sociedad contemporánea: la «inadecuada visión del hombre»[3]. La Iglesia, a la luz de «la verdad sobre el hombre, revelada por Aquel mismo que conocía lo que en el hombre había (Jn 2, 25)[4] mira las cuestiones sociales: la cuestión del super desarrollo y del subdesarrollo; el drama y la vergüenza del hambre en el mundo[5]; la cuestión de las estructuras económicas y financieras mundiales … Es ésta también la perspectiva desde la cual Manos Unidas, como Institución católica, debe siempre contemplar al hombre y encauzar su trabajo. Perspectiva que la diferencia de aquellas organizaciones no gubernamentales que también se dedican a luchar contra la pobreza extrema y el hambre
Entre los documentos que conforman el extenso corpus de la doctrina social, y que en ocasiones pasan desapercibidos, se encuentran los Mensajes para la Jornada Mundial de la Paz. En ellos podemos encontrar reflexiones enriquecedoras e iluminadoras de las cuestiones sociales de actualidad que amenazan la paz de la familia humana. Es por ello que deseo llamar su atención sobre el último de estos Mensajes, ya que es de particular interés para esta ocasión.
En efecto, el Papa Benedicto XVI, dedica su Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz de este año 2009, precisamente al tema del combate a la pobreza. Retoma y desarrolla lo que Juan Pablo II afirmó en su también Mensaje para esta Jornada, importante en la vida de la Iglesia y de la humanidad: «Se constata y se hace cada más grave en el mundo otra seria amenaza para la paz: muchas personas, es más, poblaciones enteras viven hoy en condiciones de extrema pobreza. La desigualdad entre ricos y pobres se ha hecho más evidente, incluso en las naciones más desarrolladas económicamente. Se trata de un problema que se plantea a la conciencia de la humanidad, puesto que las condiciones en que se encuentra un gran número de personas son tales que ofenden su dignidad innata y comprometen, por consiguiente, el auténtico y armónico progreso de la comunidad mundial»[6]. También el Mensaje del Santo Padre Benedicto XVI nos hace ver como la lucha contra la pobreza y la paz se reclaman mutua y constantemente en una fecunda circularidad que constituye uno de los presupuestos más estimulantes para dar cuerpo a un apropiado acercamiento cultural, social y político a las complejas cuestiones relacionadas con la realización de la paz en nuestro tiempo, marcado por el fenómeno de la globalización. Este fenómeno es profundizado por el Santo Padre que pone en evidencia su significado metodológico y de contenido, consintiendo así un acercamiento amplio y articulado al tema de la lucha contra la pobreza. El n. 2 del Mensaje, en efecto, se detiene para tratar ampliamente estos aspectos con la intención de dar un perfil a los rostros, múltiples y complementarios, de la pobreza actual. El Papa considera sobre todo el rol de las ciencias sociales en la medición de los fenómenos de la pobreza. Las ciencias sociales permiten adquirir datos particularmente de tipo cuantitativo, y si la pobreza fuera sólo de tipo material y cuantitativo, las ciencias sociales serían suficientes para iluminar sus características principales. Sin embargo, sabemos que no es así, y que existen pobrezas inmateriales que no son una consecuencia directa y automática de las pobrezas materiales. Dos ejemplos pueden ayudarnos a probarlo: En las así llamadas sociedades ricas y desarrolladas existen amplios fenómenos de pobreza relacional, moral y espiritual; muchas personas están alienadas y viven formas de malestar no obstante el bienestar económico general. Se trata del «subdesarrollo moral»[7] y de las consecuencias negativas del «superdesarrollo»[8]; y en las llamadas sociedades «pobres», el crecimiento económico con frecuencia se ve frenado por impedimentos culturales, que no permiten un adecuado uso de los recursos. La pobreza material no explica nunca, por sí sola, las pobrezas inmateriales, más bien es verdad lo contrario.
El Mensaje del Papa se presenta estructurado en dos partes, en cada una de las cuales el tema de la lucha contra la pobreza, en el contexto de la globalización, viene progresivamente tratado en relación con los varios aspectos de la promoción de la paz. En la primera parte se ponen en evidencia las implicaciones morales vinculadas con la pobreza; en la segunda, la lucha contra la pobreza se pone en relación con la exigencia de una mayor solidaridad global. La reflexión de la primera parte del Mensaje se desarrolla en los números del 3 al 7, y afronta, de manera ejemplificada y emblemática, algunos de los nudos dramáticos de las pobrezas modernas.

El primer nudo que se afronta es el que individúa en el crecimiento demográfico la causa de la pobreza. Un peligroso enfoque ya señalado por Pablo VI, quien había advertido a los gobiernos contra la tentación «de usar la autoridad para disminuir el número de los comensales más que multiplicar el pan a repartir»[9]. Benedicto XVI, en su Mensaje denuncia tal perspectiva que justifica «el exterminio de millones de niños no nacidos en nombre de la lucha contra la pobreza», determinando la eliminación de los más pobres entre los seres humanos. Pienso que ésta es la más injusta de las múltiples expresiones de esa disimulada y malévola estrategia de querer vencer la pobreza eliminando a los pobres.

El segundo nudo de relevancia moral que el Santo Padre afronta es el de la relación entre enfermedades pandémicas, sobre todo el SIDA, y la pobreza. También en este caso Benedicto XVI reclama la exigencia de una consideración mayor y más exacta de las intrínsecas implicaciones morales que dicha relación comporta, si se quiere luchar verdaderamente contra la pobreza y construir la paz. El Santo Padre evoca, por un lado, la necesidad de poner a disposición de los pueblos pobres las medicinas y los cuidados necesarios, reconsiderando el sistema de las patentes mediante una asunción de responsabilidad de la Comunidad internacional que garantice a todos los hombres y mujeres los necesarios cuidados sanitarios básicos y, por otro lado, la urgencia de aprontar campañas de educación para una sexualidad que responda plenamente a la dignidad de la persona. Iniciativas promovidas en esta dirección han dado ya frutos significativos. Hago notar que en el contexto de la globalización la Organización Mundial de la Salud también está llamada a jugar un rol fundamental para los fines de la seguridad internacional, hoy basada en el paradigma de la «seguridad humana». Por ejemplo en el World Health Report 2007, el objetivo de la salud pública global es perseguido como elemento de la seguridad internacional[10].

El tercer nudo afrontado por el Papa es el de la pobreza de los niños, individuados como las víctimas más vulnerables, porque son aquellos que en mayor número se encuentran entre las personas que conforman el estrato de la llamada pobreza absoluta. Preocuparse de los niños y niñas, es preocuparse por el futuro; mirar la pobreza desde la perspectiva de los niños lleva a considerar prioritarios objetivos como la salvaguardia del medioambiente, la educación, el acceso a las vacunas y a los cuidados médicos, el acceso al agua potable, la educación y cuidado de las madres, y sobre todo las relaciones al interior de las familias y de las comunidades. Todo lo que debilita la familia produce daños que se descargan sobre los niños; donde no se promueve la dignidad de la mujer y de la madre, también se lesiona la dignidad de los niños y niñas.

Un cuarto aspecto o nudo afrontado se refiere a la relación existente entre desarme y desarrollo: también éste pletórico de implicaciones morales. el Santo Padre había ya subrayado en precedencia que «los ingentes recursos materiales y humanos empleados en gastos militares y en armamentos se sustraen a los proyectos de desarrollo de los pueblos, especialmente de los más pobres y necesitados de ayuda. Y esto va contra lo que afirma la misma Carta de las Naciones Unidas, que empeña a la Comunidad internacional, y a los Estados en particular, a “promover el establecimiento y mantenimiento de la paz y la seguridad internacionales con la menor desviación posible de los recursos humanos y económicos del mundo hacia los armamentos” (art. 26)»[11]. El Santo Padre invita a los Estados a hacer una sincera autocrítica. Reclamo más que razonable y fundamentado, porque el gasto militar mundial del 2007 ha sido de 1,339 billones de dólares, el 6% superior al gasto del 2006 (1,204 billones de dólares) y del 45% con respecto a la década 1998 – 2007. el gasto corresponde al 2.5% del PIB mundial y a 202 dólares per cápita de la población mundial. «Este estado de cosas –señala el Pontífice – en vez de facilitar, entorpece seriamente la consecución de los grandes objetivos de desarrollo de la comunidad internacional. Además, un incremento excesivo del gasto militar corre el riesgo de acelerar la carrera de armamentos, que provoca bolsas de subdesarrollo y de desesperación, transformándose así, paradójicamente, en factor de inestabilidad, tensión y conflictos».

El último aspecto señalado por el Santo Padre es el que se refiere a la actual crisis alimentaria, crisis sobre la que se había ya pronunciado en diversas circunstancias[12]. Esta crisis se caracteriza no por la insuficiencia de alimentos, sino por la falta de un entramado de instituciones políticas y económicas capaces de afrontar las necesidades y las emergencias, Todo esto consiente al Papa de llamar la atención sobre el tema de las desigualdades crecientes, como dato que desgraciadamente caracteriza la situación actual de pobreza. Todos los datos sobre la evolución de la pobreza relativa en las últimas décadas, en efecto, indican un aumento de la desigualdad entre ricos y pobres. Entre las causas principales de este fenómeno se encuentran, sin duda, el cambio tecnológico, cuyos beneficios se concentran en el nivel más alto de la distribución del rédito y la dinámica de los precios de los productos industriales, que crecen más rápidamente que los precios de los bienes y servicios producidos por los países más pobres, tales como materias primas y productos agrícolas, «resulta así –afirma el Mensaje– que la mayor parte de la población de los países más pobres sufre una doble marginación, beneficios más bajos y precios más altos».

La segunda parte del documento pontificio se detiene sobre el tema de la lucha contra la pobreza y la solidaridad global y ocupa los números del 8 al 13. se trata de una parte muy significativa, porque contiene estimulantes reflexiones y propuestas sobre los temas de la globalización, el comercio internacional, las finanzas y la actual crisis financiera, y sobre la exigencia de una governance mundial bajo el signo de la solidaridad.
Son muy inspiradoras las puntualizaciones acerca de la globalización, con el reclamo a redescubrir la ley natural, es decir, el código ético compartido que permite dar sentido al compromiso común de construir la paz. La globalización, afirma el Papa, «abate ciertas barreras, pero esto no significa que no se puedan construir otras nuevas; acerca los pueblos, pero la proximidad en el espacio y en el tiempo no crea de suyo las condiciones para una comunión verdadera y una auténtica paz. La marginación de los pobres del planeta sólo puede encontrar instrumentos válidos de emancipación en la globalización si todo hombre se siente personalmente herido por las injusticias que hay en el mundo y por las violaciones de los derechos humanos vinculadas a ellas».

El n. 9 del Mensaje afronta los temas que se refieren al comercio internacional, con una atención privilegiada a los países pobres y a su rol marginal en los intercambios comerciales. La exclusión y la marginalización en el frente del comercio son obstáculos para el desarrollo económico de los países pobres y fuente de conflictos. Mientras los países industrializados tienden a conservar medidas protectivas, injustas y anacrónicas, a su favor, impidiendo con frecuencia el acceso de los productos de los países pobres a sus mercados, en los países en vías de desarrollo mismos, a causa de herencias culturales, se registran notables dificultades para vincularse en red, para desarrollar una cultura de la cooperación, para operar no sólo para el consumo o para el mercado local. Sobre estos temas la Comunidad internacional todavía no ha tomado acto plenamente de la distinción entre asistencia y desarrollo.

El n. 10 ofrece una reflexión sobre la función de las finanzas y sobre la crisis actual, fuente de difundida y creciente preocupación. Sobre estos temas recientemente ha intervenido también el Pontificio Consejo «Justicia y Paz» con una Nota sobre Finanzas y desarrollo, predispuesta con vistas a la Conferencia Internacional de Doha sobre la financiación para el desarrollo, y publicada por el Osservatore Romano, el 23 de noviembre de 2008. El Mensaje, además de denunciar la mentalidad que preside las actividades financieras, toda jugada sobre la autoreferencialidad y los plazos brevísimos, reclama la exigencia de un fuerte enraizamiento ético de la actividad financiera en la perspectiva del bien común. El Santo Padre nos dice que la reducción al corto plazo de los objetivos de los operadores financieros globales reduce la capacidad de las finanzas para desarrollar su importantísima función de puente entre el presente y el futuro, en apoyo de la creación de nuevas ocasiones de producción y de trabajo a largo plazo.

El n. 11 es particularmente significativo porque hace propuestas para reforzar la cooperación internacional. En primer lugar se indica la necesidad de un marco jurídico eficaz para la economía. Mercado sí, pero reglamentado por instituciones eficientes y participativas. En segundo lugar, la necesidad de invertir en la educación de las personas y desarrollar de manera integrada una específica cultura de la iniciativa. En tercer lugar, es necesario también prestar la atención debida a los problemas del rédito: en una economía moderna – se afirma – el valor de la riqueza depende en medida determinante de la capacidad presente y futura de crear rédito. La creación de valor es un vínculo ineludible del que se debe tener cuenta, si se quiere luchar contra la pobreza material de manera eficaz y duradera.

La perspectiva económico-cultural delineada por el Mensaje la encontramos expresada en el primer parágrafo del n. 12, donde se delinean el rol y la responsabilidad de tres actores: el mercado, el Estado y la sociedad civil. Se afirma «situar a los pobres en el primer puesto comporta que se les dé un espacio adecuado para una correcta lógica económica por parte de los agentes del mercado internacional, una correcta lógica política por parte de los responsables institucionales y una correcta lógica participativa capaz de valorizar la sociedad civil local e internacional». Se trata de un pasaje relevante, porque valora al máximo el rol de la sociedad civil. Esta parte se cierra en el n. 12, con una invitación a la governance del fenómeno de la globalización, sobre todo a través de una verdadera inclusión de las personas: los problemas del desarrollo, de las ayudas y de la cooperación internacional, con mucha frecuencia se resuelven sin implicar verdaderamente a las personas, sino sólo como cuestiones de predisposición de mecanismos, de puntualización de acuerdos tarifarios, de la acreditación de financia-mientos anónimos, mientras que, por el contrario, la lucha contra la pobreza tiene necesidad de hombres y mujeres que vivan con profundidad la fraternidad, que sepan acompañar a las personas, familias y comunidades en itinerarios de auténtico desarrollo humano. Es imposible ayudar a los pobres si se les ve sólo como parte de un balance de costos y beneficios, como números, y al final de cuentas como problemas. Para ayudar realmente a los pobres es necesario conocerlos, y amarlos, porque de esta manera ellos se sienten personas dignas de respeto, sujetos y no objetos. Si por el contrario el pobre no se siente estimado, no sólo no sale de la pobreza, sino que tiende a aprovecharse de quien quiere “ayudarlo”.

Los nn. 14 y 15 constituyen la parte conclusiva del Mensaje de Benedicto XVI. En el mundo global es cada vez más evidente que la paz se construye si crecen todos: las distorsiones de sistemas injustos, antes o después, pasan la cuenta a todos. Con una afirmación muy eficaz, el Santo Padre afirma que «únicamente la necedad puede inducir a construir una casa dorada, pero rodeada del desierto o la degradación». La globalización por sí sola es incapaz de construir la paz; más aún, en muchos casos produce divisiones y conflictos. La globalización revela más bien una necesidad: la de ser orientada hacia un objetivo plenamente humano de profunda solidaridad para el bien de todos y de cada uno.

En este contexto se coloca la aportación de prudencia y sabiduría que nos llega de la doctrina social de la Iglesia. El Mensaje subraya que los principios de la doctrina social clarifican los vínculos entre pobreza y globalización y orientan la acción hacia la construcción de la paz. Entre ellos es el caso de recordar de manera particular el «amor preferencial por los pobres»[13], entendido como primacía de la caridad a imitación de Cristo, testimoniado por toda la tradición cristiana, comenzando por el testimonio de la Iglesia primitiva (cf. Act 4,32-36; 1Cor 16,1; 2Cor 8-9; Gal 2,10). Lo que resulta particularmente interesante es la originalidad del acercamiento a la globalización establecido por la doctrina social: ella capta el alargamiento de la cuestión social a la globalidad, no sólo como una extensión cuantitativa, sino más bien como una urgencia de profundización cualitativa sobre el hombre y sobre las necesidades de la familia humana. Por esto, la Iglesia está interesada en los actuales fenómenos de globalización y en su incidencia sobre las pobrezas humanas e indica los aspectos nuevos, no sólo en extensión, sino también en profundidad, de la actual cuestión social, que es la cuestión del hombre y la cuestión de su relación con Dios. En esta perspectiva, el Santo Padre invita a la comunidad católica a no dejar de ofrecer su apoyo. Y, haciéndome eco de esta invitación, deseo animar a todos los integrantes de Manos Unidas a seguir esforzándose, cada vez con mayor pasión, por testimoniar la caridad de Cristo con acciones inspiradas en el Evangelio e iluminadas por los principios de la doctrina social de la Iglesia. Sé que en ocasiones lo que hacen les puede parecer tan poco, o como decía Madre Teresa, «menos que una gota en el océano. Pero si la gota le faltase, el océano carecería de algo». Por eso hoy, como hace 50 años, Manos Unidas no debe dejar de aportar su “gota”, que unida a tantas otras “gotas” hará crecer ese océano inmenso de caridad, capaz de hacer que los desiertos de la pobreza, del hambre y de la sed, del abandono, de la soledad, del amor quebrantado, y sobre todo de la oscuridad de Dios[14], se conviertan en vergeles donde vuelva a florecer la vida.

Muchas gracias.

Renato Raffaele Card. Martino
Presidente del Pontificio Consejo «Justicia y Paz» y del
Pontifico Consejo para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes

[1] Pontificio Consejo «Justicia y Paz», Compendio de la doctrina social de la Iglesia, 8.
[2] Juan Pablo II, Discurso en el 90º Aniversario de la Rerum novarum, Ciudad del Vaticano, 13 de mayo de 1981, 7: Insegnamenti di Giovanni Paolo II, IV/1 (1981) 1175.
[3] Juan Pablo II, Discurso a la III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, Puebla , 28 de enero de 1979, I/ 9.
[4] Cf. Ibid..
[5] Hoy, en pleno siglo XXI sucede que «cada 5 segundos, un niño menor de 10 años muere de hambre. Debemos reconocer que es un asesinato. Casi mil millones de personas se encuentran permanentemente desnutridos» (J. Ziegler, Fame nel mondo: L’Occidente che fa?: L’Avvenire, 28 gennaio 2009).
[6] Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1993, 1.
[7] Pablo VI, Carta enc. Populorum progressio, 19.
[8] Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis, 28.
[9] Pablo VI, Discurso con ocasión del 25o. Aniversario de la FAO, 16 de noviembre de 1970, 6.
[10] Cf. Organización Mundial de la Salud, Informe sobre la salud en el mundo 2007 - un porvenir más seguro Protección de la salud pública mundial en el siglo XXI, Ginebra 2007.
[11] Benedicto XVI, Carta al Cardenal Renato R. Martino, con ocasión del Seminario internacional organizado por el Pontificio Consejo «Justicia y Paz» sobre el tema «Desarme, desarrollo y paz. Perspectivas para un desarme integral», 10 de abril de 2008.
[12] Cf. Benedicto XVI, Mensaje al Sr. Jacques Diouf, Director general de la FAO, con ocasión de la Jornada Mundial de la alimentación 2008, 13 de octubre de 2008
[13] Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis, 42.
[14] Benedicto XVI, Homilía al inicio del Pontificado, 24 de abril de 2005.