lunes, 26 de enero de 2009

La Tablada y sus héroes. Ayer y hoy


MARÍA LILIA GENTA

Hay hechos sobre los que podemos escribir con distancia y absoluta objetividad. Aquellos que no fueron protagonizados por amigos nuestros o amigos de nuestros hijos. O, también, por otros que hemos conocido después de los acontecimientos aprendiendo a quererlos y a admirarlos por sus dichos y sus obras. En el caso del combate de La Tablada es casi imposible que, aún después de veinte años, los afectos no nos sacudan fuertemente.
El Capitán Horacio Fernández Cutiellos y el Mayor Médico Mario Caponnetto (mi esposo) revistaron al mismo tiempo en el Colegio Militar de la Nación. Allí trabaron una profunda amistad. Tenían una perfecta comunión en lo religioso, en el amor a la patria y en los valores en que debían ser formados los Cadetes. Por pedido de Fernández Cutiellos, Jefe de la Tercera Compañía de Infantería -respetadísimo y amado por sus Cadetes- mi esposo colaboró en la formación humanística de esos Cadetes. A Horacio no se le ocurrió pedirle la colaboración habitual que se les hacía a los médicos, las clases de “higiene”. Se le ocurrió que lo ayudara a formar las cabezas de esos jóvenes en aquellos principios que los harían mejores oficiales. Mi esposo admiraba a Horacio. No sólo por constatar día a día sus virtudes como Jefe y verlo templar el espíritu militar de sus subordinados, sino además por su cultura y su formación humanística que excedía, por lejos, la del promedio común de la oficialidad.
Quien conoce la vida de relación entre los militares y sus familias (por lo menos en aquella época) sabe que ni pases ni distancias geográficas disminuyen estas profundas ligazones. Después de años te vuelves a encontrar y todo continúa como antes.
Cuando Horacio regresa de la Patagonia, trasladado fuera de tiempo, con todos los inconvenientes, entre ellos la separación de la familia, que provoca un traslado extemporáneo, como cuenta su esposa Liliana en la nota del diario Perfil, se va a vivir al casino del Cuartel. Mis hijos solían frecuentar la pileta y el casino del Regimiento 3 porque allí estaba destinado un amigo de ellos, el Teniente Ganora (fallecido hace unos años a temprana edad). Lo hacían con una amiga de mi hija… que terminó casándose con Ganora.
El “Pepe” Ganora, conociendo la amistad de su segundo jefe con mi esposo, se los presenta a Horacio: “son los hijos de Lis y Mario”. Con su habitual caballerosidad Horacio los invita a todos a tomar una cerveza y le manda por ellos un mensaje a mi marido: “díganle a Mario que necesito hablar con él en estos días”. Pasó algo más. A la semana siguiente, el domingo anterior al ataque, Horacio asistió a Misa en la iglesia del Carmelo de la calle Amenabar, donde por casualidad no habíamos concurrido ese día (celebraba el padre Gustavo Podestá a quien muchos de nosotros, incluyendo a los Fernández Cutiellos, seguimos durante años). Estaban sí, dos sobrinos de Mario que nos cuentan, como otros testigos, que tuvieron que esperar mucho a Horacio para saludarlo porque ese día éste se había quedado largamente en oración después de la misa. Cuando al fin pudieron saludarlo, Horacio les dijo: “díganle a Mario que necesito hablar con él”. Mi esposo comenzaba su licencia al día siguiente y se había propuesto ir a visitarlo durante esa misma semana. Pero ese lunes 23 de enero, los hechos cambiaron todas las previsiones. La entrevista entre los dos amigos fue muy distinta. En efecto, mi esposo, aunque de licencia, se presentó espontáneamente al Hospital Militar Central donde estaba destinado. Estando en la sala de Guardia anunciaron que había llegado un cadáver no identificado pero que se presumía podía ser el segundo Jefe. Mi esposo era el único de los médicos presentes que lo conocía. Y así le tocó reconocer a su amigo. Nunca supo de qué quería hablar Horacio con él. Pero le habló sin palabras desde la camilla en la que yacía, muerto de la manera gloriosa que corresponde a un soldado: en defensa de su Patria y su Cuartel.
Pero si de palabras se trata nos quedaron a todos las que pronunció por teléfono a sus jefes al comenzar el ataque por la mañana: “Yo voy a morir defendiendo el Cuartel. Ustedes vengan a recuperarlo”. Esas fueron las palabras del soldado. Pero también nos quedaron las palabras del padre en esa magnífica carta que estaba escribiendo a sus hijos y que quedó inconclusa.
A pesar de la terrible experiencia en la sala de Guardia y del conocimiento de estas últimas palabras recogidas de Horacio, mi esposo no pudo superar la pena de no haber tenido esa última conversación que él le pidiera mantener.
Mis hijos eran pequeños cuando el asesinato de su abuelo pero al combate de La Tablada lo entendieron y lo sufrieron como nosotros.
Pasaron algunos años. Luchando en los mismos frentes por la recuperación de la verdadera historia, comenzamos a tratar al Teniente Coronel Emilio Nani, que dejara su ojo en la reconquista de La Tablada. Todavía escucho tronar sus palabras un 23 de enero en la puerta de La Recoleta, denunciando en su estilo -tan militar aunque ese día no hablara en su condición de militar sino de político- a todos los funcionarios miembros de las organizaciones de la guerrilla marxista que integraban e integran el gobierno de los K. Creo que fue la primera vez que se denunció públicamente.
Por los recuerdos y las relaciones actuales que nos unen a los héroes y a sus familias, evoqué el otro día al verla por televisión, el bellísimo perfil de Liliana en la tapa de la revista Gente, en 1989, y me conmovió escuchar al hijo de Horacio. Es notable encontrar en Liliana, antes y ahora, la expresión de dolor contenido, como corresponde a la mujer de un soldado… que ahora dice todo sin pelos en la lengua.
Aunque reconozco que debe recalcarse, para que “Doña Rosa” entienda la mentira oficial de los “niños buenos” que se oponían a las dictaduras, para mí no representa ninguna diferencia que los ataques hayan ocurrido en “democracia”. Bandas armadas, preparadas en el exterior, que ataquen un Cuartel de las Fuerzas Armadas o una Comisaría de las Fuerzas de Seguridad, son igualmente asesinas, apátridas y deleznables, lo hagan en democracia o en dictadura.