lunes, 17 de marzo de 2008

Regalo mayúsculo, desperdicio inédito


Por Miguel Ángel Broda y Elisabet Bacigalupo

Argentina experimentó recientemente una escalada inédita en los precios internacionales de sus principales productos de exportación: en tan sólo 100 días, la soja trepó el 27 %; el aceite de soja, el 32 %; el trigo, el 45 %, y el maíz, el 39 %. Este incremento por sobre los ya elevados precios externos de 2007 le permite a la economía alcanzar los mejores términos del intercambio (precios de exportación relativos a precios de importación) de toda su historia (¡desde 1810!), lo que supera incluso los picos de períodos ampliamente favorables como la etapa previa a la Primera Guerra Mundial (1909-1914) y segunda posguerra (1946-1949). Pero esto no es todo: aun cuando pueda haber algo de burbuja de precios como consecuencia de la participación de los fondos de cobertura en los mercados de commodities, esta vez tiene chances de ser un fenómeno duradero que augura un futuro feliz de precios altos para el país, si es que sabemos aprovecharlo.
¿Qué significa este milagro hoy, para la Argentina, en números? En un contexto de cosechas récord (94 millones de toneladas por segundo año consecutivo), los extraordinarios precios actuales permitirían alcanzar un valor bruto de producción agrícola en 2008 de nada menos que US$ 39.000 millones (cerca del 13 % del PBI); esto es, un 160 % superior que los US$ 15.000 millones que resultarían de valuarla a precios de 2002. Pero esto no es todo. También es extraordinaria la suba del valor en los saldos exportables del campo: a las cotizaciones actuales, las exportaciones agrícolas actuales, las exportaciones agrícolas de 2008 llegarían a los US$ 31.200 millones; a los buenos precios de 2007, serían de sólo US$ 18.800 millones, y a los precios de 2002 apenas alcanzarían los US$ 12.400 millones.
Además, facilitará un boom recaudatorio...treparía a $ 274.000 millones.

En los países emergentes, la incorporación de miles de millones de personas al mercado aumenta la demanda de alimentos y energía (con mayores requerimientos de ésta por unidad de PBI que los desarrollados) por encima del crecimiento de la oferta, lo que eleva el precio de los bienes agrícolas en relación con los industriales. Y lo mejor de todo es que hay altas chances de que esta nueva estructura de precios relativos a favor de los alimentos y la energía se mantenga durante mucho tiempo más, dado que la dinámica de crecimiento de los países en vías de desarrollo está lanzada y representaría un cambio estructural permanente.
Hoy el crecimiento de la demanda de los países emergentes y su avance tecnológico lleva a que cada vez sean necesarios menos kilos de trigo, de soja, de carne, etc., para comprar una unidad de computadora, de licuadora, etc. Para dar una idea, hoy el kilo de lomo cuesta cuatro veces más que un kilo de Audi en Europa.

En este marco, sorprendentemente Argentina lidera el núcleo reducido de países que castiga a la gallina de los huevos de oro aplicando impuestos y restricciones cuantitativas a las exportaciones como instrumento para mantener bajos los precios domésticos, redistribuir ingresos e interferir en el mercado distorsionando la asignación de recursos.
Mientras prácticamente todo lo que producimos sube de precio (desde la soja hasta la minería; desde el turismo hasta las frutas de contraestación) nos damos el lujo de desestimular el aumento de su producción y de la inversión en esos sectores. Sin duda, las retenciones son fáciles de cobrar, dan más caja al gobierno nacional en detrimento de provincias cada vez más dependientes (ya que no coparticipan) y permiten la consolidación criolla del PRI mexicano. Pero incluso apuntando al objetivo de mejorar la distribución del ingreso y preservar el poder adquisitivo de los pobres (que compartimos), la teoría económica enseña que hay formas mucho más eficientes de hacerlo.
En suma, el mundo nos está regalando el Gordo de Navidad y nos empecinamos en desecharlo. No aprovecharlo no es ideología, es...llámelo como prefiera.
(La Nación, 16-3-08)