jueves, 7 de febrero de 2008

Tortura: siempre es inmoral

El director de la CIA, Michael Hayden, admitió por primera vez que la agencia utilizó el “submarino” o simulacro de ahogamiento en los interrogatorios de tres importantes detenidos de Al-Qaeda tras los atentados de setiembre de 2001.
Los afectados fueron Khalid Shikh Mohammed, Abu Zubaydah y Abad al-Rahim al-Nashiri. Hayden precisó que los interrogatorios con “submarino” se realizaron entre 2002 y 2003 en las cárceles secretas de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) y desde allí fueron trasladados a la base de Guantánamo, Cuba.
El “submarino” se aplicó por circunstancias de ese momento, cuando se creía que eran inevitables otros ataques catastróficos en el país, explicó Hayden. Teníamos un conocimiento limitado de Al-Qaeda y de sus modalidades operativas, justificó.
Las declaraciones de Hyden se contraponen con las formuladas a fines de enero por el fiscal general, Michael Mukasey, quien declaró ante el Congreso que las técnicas de interrogación de la CIA se enmarcan en la legalidad y no incluyen el método de asfixia simulada.
Sobre esta polémica, el director nacional de inteligencia, Mike McConnell, afirmó que el método del “ahogamiento simulado” sólo puede ser realizado por la CIA y que para usarlo se necesita de la autorización del presidente George W. Bush y del secretario de Justicia.
(Fuente: Ámbito Financiero, 6-2-08)

Debe recordarse al respecto lo que enseña el Catecismo de la Iglesia Católica:
“La tortura, que usa la violencia física o moral, para arrancar confesiones, para castigar a los culpables, intimidar a los que se oponen, satisfacer el odio, es contraria al respeto de la persona y la dignidad humana” (2297).

A su vez, el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, advierte que:
“En la realización de las averiguaciones se debe observar escrupulosamente la regla que prohibe la práctica de la tortura, aun en el caso de los crímenes más graves: El discípulo de Cristo rechaza todo recurso a tales medios, que nada es capaz de justificar y que envilecen la dignidad del hombre, tanto en quien es la víctima como en quien es su verdugo (Juan Pablo II)” (404).